Sergio Ramírez
Más allá del propio tráfico de estupefacientes, cualquier otra manifestación delictiva cae ahora bajo la jurisdicción y control de los carteles, el crimen organizado con mayúsculas, un paraguas sangriento que se abre sobre todo el país y cubre asesinatos, secuestros de ricos y pobres, como es el caso de los emigrantes, lavado de dinero, corrupción de autoridades, penetración de los cuerpos policiales, y venta de protección que se extiende desde los grandes negocios hasta los pequeños comerciantes. Ni en los mejores sueños de Dillinger o Al Capone.
La secuencia de fotos que le ha valido el premio a Alejandro Cossío ha sido organizada con sentido estético, porque existe la belleza de lo terrible aunque uno no lo quiera. Las imágenes corresponden a diferentes momentos de su oficio, esos momentos cuando suena el teléfono en la redacción y hay que salir con la cámara en busca de los horrores del día, y la primera de ellas, en el orden en que las ha puesto, es el close-up de una cadena de gruesos eslabones trabajada en fino metal, plata tal vez, que alguna vez colgó del cuello de un sicario, y que tiene por dije una imagen de la santa muerte guadaña en mano. La santa muerte es la deidad preferida de los narcos, ya se ve que le rinden culto cotidiano. Los eslabones de esta joya de lujo perdulario se derraman encima de la culata de lo que parece ser una carabina, o una escopeta.