Sergio Ramírez
Esa Navidad de 1989, Nicolás y Elena convocaron una manifestación de apoyo a la que concurrieron miles, llevados igual que otras veces en autobuses desde todos los rincones de Rumanía, y entre aquella masa vistosa en la que campeaban miles de retratos de la pareja, se hallaban como siempre los jóvenes aguerridos de las juventudes comunistas que, también como siempre, ocupaban las filas delanteras. Son los que comenzaron a abuchear a Nicolás y a Elena que no entendían lo que pasaba, y lo que pasaba es que prendía la rebelión que acabaría ese mismo día con su poder omnímodo.
Mientras pronuncia su discurso y escucha los abucheos ensordecedores, Ceausescu, trata se seguir, pero se interrumpe. Pueden verse esas imágenes en You Tube. No puede creerlo. La masa inmensa se agita en su contra. Ella, que era mujer de armas tomar, ordenó que abrieran fuego sobre los manifestantes. No le hicieron caso, y ambos huyeron en un helicóptero, ya el ejército también en rebelión, y luego de ser capturados siendo prófugos, es que fueron juzgados en juicio más que sumario, y sentenciados a muerte. Fueron puestos en el paredón de fusilamiento con los abrigos de invierno que andaban puestos.
Me he acordado de lo que cuenta Jon Lee Anderson en relación al entusiasmo que la mención del príncipe Vlad, "el empalador", despertó en Ceausescu cuando aquella entrevista en alguno de los aposentos del infinito Palacio del Pueblo en Bucarest, ahora que Nicolás y Elena han sido exhumados, no porque alguien fuera a clavarles la estaca en el corazón a fin de que nunca más vuelvan a despertar, sino porque sus parientes buscan comprobar si verdaderamente son ellos los que yacen en sus sarcófagos, ya que fueron enterrados en secreto ante el temor de que la gente enardecida profanara sus cadáveres.
Es una exhumación que pasó bastante desapercibida, pues resonó más la que el presidente Chávez hizo de los huesos del Libertador Simón Bolívar, cuya calavera alcanzó a tener entre sus manos, y pudo interrogarla. Pero esa es otra historia.