Sergio Ramírez
No recuerdo si me lo contó Jon Lee Anderson, o lo he leído en alguna de sus crónicas, pero el caso es que alguna vez entrevistaba en Bucarest al dictador Nicolás Ceausescu y el diálogo llevaba mala fortuna porque aquel hombre desconfiado regateaba las palabras, hasta que al entrevistador se le ocurrió hablarle del legendario príncipe Vlad, conocido como "el empalador", cruel y feroz con sus semejantes, pero que en la historia de Rumanía pasa por un héroe de la resistencia contra los turcos. Esta mención bastó para que a Ceausescu se le iluminara el rostro y empezara a extenderse sobre las hazañas patrióticas de Vlad, con lo que quedaba claro que hablaba de sí mismo. Ceausescu era Vlad, o se creía Vlad, quería encarnarlo.
El conde Drácula, el personaje sediento de sangre, dotado de vida eterna y afilados colmillos, creado en su novela de 1897 por Bram Stoker, es un sucedáneo del viejo príncipe Vlad, el mismo que tras empalar a sus víctimas recogía en un cuenco su sangre para remojar el pan que se comía, y que juzgaba la mejor de las salsas. Drácula, tampoco lo olvidemos, significa diablo. Un diablo sediento de sangre humana.
Drácula dejó hace tiempos las páginas de la novela de Stocker, y entró con sus propias alas a volar en el mundo de los vampiros, siendo él el vampiro por excelencia, un mundo multiplicado por el cine y que cobra hoy una vigencia postmoderna en la literatura de consumo masivo, dígalo sino el éxito de las novelas en serie escritas por Stephenie Meyer, que comienzan con Crepúsculo, destinadas al público juvenil, y de las que se han vendido veinticinco millones de ejemplares en treinta lenguas.
Los vampiros duermen en el día el sueño de los muertos y salen de sus sarcófagos al irse la luz del sol para llevar adelante sus correrías, buscando clavar sus colmillos en el cuello de las doncellas y así convertirlas, a su vez, en vampiresas. Es lo que hemos visto tantas veces en las películas que recrean las hazañas del conde Drácula, desde los tiempos de Béla Lugosi y Boris Karloff, los vampiros más veteranos del cine.