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La filosofía en el vertedero

Por 12 de mayo de 2010 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Hace ya muchos años que la expresión "pensamiento filosófico" resulta de tan mal gusto como "esposa honesta" o "probo funcionario". No sin razón. Fue el propio Heidegger quien rechazó que le llamaran "filósofo" y no admitía otra denominación para su oficio que la de "pensador". No son momentos populares para la filosofía, reducida como se encuentra al campo de concentración universitario, pero de vez en cuando alguien asoma la cabeza por una ventana de la facultad y grita cuatro frescas. Entonces uno siente un gran alivio. Este es el caso del libro que comentamos.

    Junto con otros brillantes colegas suyos, José Luís Pardo pertenece a un grupo de ensayistas cuya hazaña es considerable: han logrado que haya pensamiento en España, e incluso pensamiento filosófico. No lo tenían fácil y para constatarlo el lector puede comenzar por el artículo titulado "Literatura y filosofía", en donde comprobará la dureza del territorio. Con una muy grata ironía, expone Pardo los bandazos de la filosofía en los últimos años y la patética necesidad (y necedad) de que todo, desde la gastronomía hasta los usos sexuales, tenga que ser de derechas o de izquierdas, incluida la Verdad. El relato de cómo la filosofía más reaccionaria ha podido pasar por progresista en los medios de persuasión (y viceversa) es de lo más hilarante del libro, si no fuera porque hace llorar.

    Pero he usado la palabra "ironía" en razón de que Pardo es un escritor dedicado a la filosofía y no lo contrario. Su voluntad narrativa (excepto en algún artículo muy técnico) está siempre presente en el texto, el cual no aspira a ninguna neutralidad objetiva, ni (líbrenos Dios) a la exigencia científica. Lo cual no obsta para que los asuntos de que trata Nunca fue tan hermosa la basura sean contundentemente serios, es decir, filosóficos. Que ello es posible, que el pensamiento serio exige una forma literaria igualmente seria, es una de las columnas de la obra.

    El título, naturalmente, señala el camino. Este endecasílabo de Juan Bonilla resume el argumento. Se trata de la súbita y totalitaria estetización de absolutamente todo, típica de nuestra sociedad, y la substitución de los códigos éticos por sucedáneos estéticos. Pardo marca con exactitud la frontera entre la estetización general (o política) y la "obra de arte", fenómeno no sólo perfectamente ajeno a lo anterior sino además (y por paradoja) su opuesto absoluto. Dicho con una simplificación imperdonable, Pardo expone desde diversas perspectivas y con múltiples objetos que allí donde hay "obra de arte" hay experiencia del sentido del mundo y del significado humano, pero allí donde hay estetización sólo hay nihilismo.

    Así, por ejemplo, la invasión de la basura en el conjunto completo de nuestras vidas (ciudades-basura con edificios-basura para habitantes-basura) que fuerza una estetización universal de la basura (sólo lo reciclable es bello) y en consecuencia impone un valor políticamente correcto a los detritos gracias a su virtual reciclado. Las viviendas reciclables pueden mudar en hoteles, hospitales, aeropuertos o iglesias. Los trabajadores reciclables están en un perpetuo reciclado laboral. Los humanos reciclables tienen pechos, rostros o hígados de recambio. Pero sumados todos los casos, siendo la basura lo propiamente reciclable, la extensión del vertedero se ha hecho escalofriante.

    Es en verdad chocante que la sociedad más rica, acomodada, lujosa y potente de toda la historia conocida, sólo pueda alimentarse de basura (es mejor que no sepamos lo que de verdad comemos), deba vivir acariciando el cáncer en ciudades venenosas (veo a los escolares chupando tubo de escape en la parada del autobús) o matarse en un mundo laboral residual y putrefacto (que da justo para las pastillas y el botellón del sábado). Menos mal que la tele-basura, con su tono tan jacarandoso y positivo como el del jefe de gobierno y sus señoras, nos convence de que somos los más ricos y guapos y sanos de la historia. O sea, que somos sostenibles y progresamos en la sociedad del conocimiento. Ideología-basura.

    A partir de este juicio (que he esbozado brutalmente) las ilustraciones que ofrece Pardo son muy variadas. Están los niños cuyos juguetes tecnificados (y reciclables) les tecnifican a ellos mismos, de modo que aprenden, como Buzz Lightyear de Toy Story, que ya nunca más habrá resurrección y que es dudoso que siga habiendo niños. O están los escribientes y copistas, como Barthelby, que habían sido la condición de posibilidad de lo que nosotros llamamos "literatura", cuya desaparición es necesaria a medida que se impone la literatura-basura. O los cuerpos-basura que deben ser reciclados constantemente mediante implantes, inyecciones, cirugía, culturismo, o con tatuajes y piercing si son económicamente débiles. Está también la enseñanza-basura, definida por Pardo como "gelatina de conocimiento" (¡esos créditos universitarios!), que es lo que ahora reciben los estudiantes como preparación para sus trabajos-basura, junto con una ideología apropiada para la sumisión al feudalismo local. O bien la defensa teológica de los mitos-basura (el caso Che Guevara), mercancía de ínfima calidad que se vende como reliquia santa de una religión que se avergüenza de sí misma.

    Cuatro son los nombres que aparecen una y otra vez en estos textos, Nietzsche, Benjamin, Heidegger y Sánchez Ferlosio. Son los expertos jugadores con quienes Pardo se juega los cuartos. Todos ellos unen la precisión conceptual con un talento literario fuera de lo común. En algunos casos (Ferlosio) la fibra creativa nos tensa con tanta fuerza que casi no advertimos el vigor del pensamiento. En otros (Benjamín) se da el efecto contrario y la profundidad de la mirada (de la theorein) nos distrae de la precisión de la prosa. Los cuatro elegidos forman parte de la casta menos académica, menos mercantil, menos institucional de los siglos XIX y XX. Son outsiders del vertedero que viven en él como el anarco de Jünger vivía en el palacio del dictador.

José Luís Pardo, que ya dio lecciones de simbiosis entre filosofía y literatura en La Regla del Juego y Esto no es música, vuelve a permitirnos hablar de pensamiento filosófico en otra excelente pieza literaria. El lugar desde donde habla, en la peligrosa frontera entre dentro y fuera, terreno frecuentado por predicadores con un colt en la Biblia, vendedores de crecepelo, indios alcohólicos, sacamuelas, mujeres ultrajadas y caza recompensas, allí, no muy lejos de las puertas de la Universidad y del Parlamento, a pesar de todo también puede crecer la verdad, según dijo Hölderlin, otro outsider. Hay lugares peores: hace dos siglos y medio la filosofía estaba en el boudoir.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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