Sergio Ramírez
Juanita Bermúdez fue mi asistenta por todo el tiempo que ejercí funciones de gobierno, y ahora tiene una galería de arte en Managua. Recientemente ha leído un artículo sobre cuestiones gramaticales, y he recibido un mensaje suyo en el que me pregunta si realmente se dice la asistenta, o la asistente, duda que se extiende a la presidenta o la presidente, que es más crítico aún dado su trascendencia política, ahora que por fin las mujeres se sientan en las sillas presidenciales de nuestros países, antes sólo reservadas para los hombres.
Contesto a Juanita no como oráculo gramatical, que no lo soy, pues si ocupo un asiento como miembro de la Academia Nicaragüense de la Lengua lo hago en mi condición de escritor, y no de experto en reglas del lenguaje. Alguien pensaría que una cosa arrastra a la otra, pero no es así; tiemblo ante mis potenciales errores con el idioma, baste el ejemplo de mi recurrente confusión entre las palabras haya y halla.
Claro que un escritor no puede alegar ignorancia de la gramática, faltaba más, pero tampoco puede apuntarse al bando de quienes considerar las reglas del idioma como infalibles, cuando el idioma, como ser vivo que es, está expuesto a cambios y mutaciones que provienen de la vida misma, porque nada sufre tantas alteraciones e innovaciones como la lengua, que andan suelta en tantas bocas por las calles y las plazas. Esa lengua suelta es la que nutre la obre de invención del escritor.