Sergio Ramírez
Los controles del Servicio Secreto, férreamente tejidos alrededor del presidente de Estados Unidos, resultaron quebrantados de tal manera por la aventurada pareja de buscadores de fama, que el hecho sumió en el bochorno a los responsables de la seguridad personal de Obama y de su entorno. Los Salahi, muy campantes y airosos, hicieron fila para saludar al presidente, se fotografiaron con él, alternaron con los demás invitados a su gusto, y cenaron y bailaron toda la noche.
Ahora, famosos gracias a su osadía, están dispuestos a dejarse entrevistar por los más reputados programas de televisión, siempre que las paguen las gruesas sumas que ellos piden, claro está; han contratado una jefa de relaciones públicas, cobran aún por dejarse fotografiar, y no sería extraño ver pronto en el mercado sus productos personales, un sarí que haga moda, por ejemplo, camisetas, aretes, osos de peluche y tazas para el café, y, por supuesto, el consabido libro en el que cuenten cómo prepararon el golpe de su entrada triunfal a la Casa Blanca, burlando a todo el mundo.
El fugaz momento que la fama depara a los mortales, del que hablaba Andy Warhol, para disfrutarlo mientras dure.