Sergio Ramírez
Mil años de vida sana parece una exageración; pero que en unas cuantas décadas más se pueda detener el envejecimiento, los científicos lo dan por cierto. Pronto se podrán controlar las enfermedades de los viejos que son aquellas de carácter neurodegenerativo y las cardiovasculares, así como las que tienen que ver con el debilitamiento muscular y la indefensión frente a las infecciones.
Y el camino para avances futuros ha sido encontrado. Se descubren drogas que ayudan a detener el proceso degenerativo de los tejidos, y se comienza desde ahora a penetrar en el misterio de los códigos genéticos que tienen que ver con la duración de la vida de las células. Ya se ha identificado un gene bautizado como Sirt1, que puede reparar los daños causados por la decadencia de las células, y capaz también de provocar la sustitución de aquellas destinadas a morir como consecuencia del abuso en el consumo de alimentos saturados de grasa, y que causan los males de nuestro tiempo: diabetes, infartos cardíacos, cáncer en el hígado.
Hay, además, otras noticias alentadoras. Está demostrado que al menos en los países desarrollados el promedio de la expectativa de vida ha crecido espectacularmente: hoy se vive dos años más por cada década, cuando apenas hace un siglo el promedio de la existencia de un individuo no pasaba de los cincuenta años, y en el siglo diecinueve apenas a los treinta empezaba la etapa de la vejez. Dentro de tres décadas, según cálculo de los científicos reunidos en Cambridge, habrá en el mundo dos mil millones de personas que habrán alcanzado los sesenta años de edad.
Pero no se trata de concebir un mundo poblado por seres decrépitos y achacosos, entregados al sino de padecer enfermedades de viejos. Se tratará de una tercera edad dorada, con atributos de juventud; con viejos, si es que así deberá llamárseles, sanos y vigorosos, capaces de seguir reproduciendo a la especie, como el cacique de la historia que soplaron en el oído calenturiento de Ponce de León.