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Una contribución para salir de la crisis

Por 16 de septiembre de 2009 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Tendemos a creer que los regímenes ideológicos, como el Irán de los curas o la Venezuela de Chávez, se definen por la barbarie de sus dirigentes. Es así, pero no basta con eso. La ideología se petrifica en un tipo de construcción o en un panorama orográfico, crea paisaje. La ruina que comienza a extenderse por Caracas, como la de La Habana, son ideología concreta, visible y audible. A veces también huele.

    La España de Franco, esa mercancía que tanto rendimiento le da todavía a nuestra clase política, no sólo eran falangistas, esbirros de la policía, o ministros folklóricos, que de todo eso sigue habiendo, sino, sobre todo, la sordidez, la grosería, la asfixia de los espacios, lo cutre que era el país entero. Y de eso tampoco nos falta, sólo que ahora los espacios son de dos tipos, reales y virtuales.

La España de Franco era una malla de carreteras tan estrechas como abolladas, tan chapuceras como peligrosas, en las que tardabas diez veces más en llegar a tu pueblo que por las actuales autopistas. No han cambiado mucho los políticos españoles, pero sí las carreteras. Y ese es un cambio político real. Todo lo demás son gaitas.

    Pues bien, en el paisaje virtual seguimos en pleno franquismo. Aquello que toca Telefónica regresa a la España de alpargata. Los servicios de ADSL dan risa. Si comparamos la velocidad, la calidad y el precio de Internet en Europa y en España, volvemos a aquellos tiempos en los que cruzar la frontera de este país de cabreros, como lo llamaba el poeta, significaba entrar en el mundo civilizado.

    Un remedio cada vez más extendido para escapar al paro es trabajar en casa por medio de Internet. Sea como empleado, sea como empresario. Lo malo es que aquí tienes que trabajar para Telefónica antes de empezar a trabajar para ti mismo. Comparen los servicios franceses y los españoles, los espacios de conexión gratuita de los ingleses y los nuestros, y así sucesivamente. Por no hablar de Japón.

    No obstante, como en tiempos de Franco, ningún gobierno se ha propuesto incomodar a Telefónica. ¿Saben por qué?

 

Artículo publicado el sábado 12 de septiembre de 2009.

 

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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