
Sergio Ramírez
A quienes protestan en las calles porque reclaman frente al fraude electoral practicado con todo descaro en las elecciones del pasado 9 de noviembre, se les reprime en Nicaragua por medio de turbas armadas de palos y de piedras; a quienes se pronuncian en contra de los actos a veces impredecibles, y a veces no, del comandante Ortega y de su esposa, se les cubre de injurias y calumnias en los medios oficiales, lodo, escupitajos verbales, huevos podridos. A los que escribimos, se nos reprime con el silencio.
Pero no se trata solamente de mí, porque no soy el primero, y desgraciadamente no seré el último. A Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy, que crearon la música de la revolución, se les niega los derechos de autor sobre sus canciones, bajo el alegato estalinista, desaforado, de que esas canciones quien las compuso es el pueblo, y ellos sólo fueron intermediarios, o amanuenses, de la inspiración popular. A Ernesto Cardenal, el poeta nicaragüense vivo más importante de Nicaragua, lo condenaron como culpable de injurias y calumnias en un juicio impostado. A Gioconda Belli, que acaba de recibir el premio Sor Juana Inés de la Cruz en la Feria del Libro de Guadalajara, la enlodan todos los días con diatribas soeces que parecen brotar de manera interminable de un albañal rebalsado.