
Sergio Ramírez
¿Será Obama el primer negro en entender, se pregunta un escéptico Lévy, que en lugar de usar el dedo ancestral que señala la culpa del racismo, como víctima, debe usar la seducción, la esperanza en lugar del reproche? ¿Sería aquel el comienzo del fin de las ideologías basadas en la identidad racial? Las respuestas las dio el propio Obama en su campaña, al elevarse sin resentimientos sobre las disputas raciales.
No la ausencia de identidad, en lo que Lévy se equivoca, sino la búsqueda de una síntesis trascendente, escuchando primero la voz de la historia. Por eso en su discurso de Filadelfia sobre la raza cita a William Faulkner, el gran novelista blanco del profundo sur de los esclavos negros. "El pasado no está muerto ni enterrado", dice Faulkner. "De hecho, no es ni siquiera pasado". Y el mismo Obama advierte entonces que tenemos que cargar con nuestro pasado, sin convertirnos en víctimas de ese pasado. Y que los sueños de uno no tienen que realizarse a expensas de los sueños de los demás.
Es Rosa Parks entonces, la humilde costurera negra del sur profundo, la que habla ahora, sentada por fin en las filas delanteras del autobús que recorre las calles de Montgomery.