
Sergio Ramírez
Si a Sarkozy no le gustan los muñecos atravesados de alfileres, menos si se trata de su propia efigie, a Berlusconi no le gustan los graffiti en las paredes, porque alega que lo hacen sentir como si estuviera en África, y no en Europa. Todos aquellos sorprendidos en el acto de pintar con spry una pared serán detenidos en el acto, y castigados con prisión, o con severas multas que pueden llegar a los 30 mil euros si se trata de monumentos públicos los que sufren la mano de los anónimos artistas callejeros.
Berlusconi, que tiene sus propios cánones sobre el arte, mide los graffiti con la misma vara que mide a la camorra, y a los tachos de basura que se acumulan por cientos en las calles de Nápoles y otras ciudades italianas; un asunto de recoger la basura y borrar los muros para convertir el paisaje en un atractivo estético para los turistas, porque las medidas contra los graffiti están destinadas a mejorar la imagen de Italia en el extranjero, según las palabras del primer ministro. Algo quizás un poco más fácil que acabar con la camorra.
Una extraña creencia esa de Berlusconi, de que los graffiti hacen recordar a África. Hasta ahora hubiéramos pensado en los niños famélicos acosados por las moscas mientras agonizan, y que parecen ancianos, más que en las paredes llenas de graffiti.