
Sergio Ramírez
Vemos a diario dramáticas fotografías de miles de gentes hambreadas, familias enteras, que huyen en caravanas interminables por caminos polvorientos de los horrores de una nueva guerra africana en el Congo, entre las tropas tutsis de Laurent Nkunda y las del gobierno de Joseph Kabila, que avanzan desde el este del país. Un nuevo episodio sanguinario de enfrentamientos tribales, de los que han terminado en el pasado en verdaderos genocidios, como el perpetrado en la vecina Ruanda en 1994 por los hutus contra los tutsis.
Detrás de estas guerras hay siempre un fantasma entre bastidores, algún mineral o producto estratégico cuya presencia sirve a las grandes potencias, y a las multinacionales, y a los dueños del negocio lucrativo del tráfico de armas y provisión de soldados de fortuna, para meterse en el conflicto al lado de uno u otro bando. Petróleo, diamantes, uranio, plutonio, y toda la lista de minerales estratégicos. El fantasma que ahora asoma las orejas, mencionado apenas en pocas líneas en los despachos de prensa, es el coltán.
Tan fantasma es el coltán, que no puede ser considerado un metal como tal, sino que se trata de una contracción gramatical, ni siquiera un nombre científico, usada para designar a dos minerales verdaderos, la columbita y la tantalita, óxidos ferrosos de niobio y de tántalo, que se presentan juntos en la naturaleza, en una solución sólida. Y también como buen fantasma, se deja ver poco, y al ser escaso, aumenta su valor, y la codicia por tenerlo.