
Félix de Azúa
Como es de rigor cuando comienza la canícula, hay que tratar de subrayar su singularidad. En todo momento la atención que requiere el clima es asunto primordial si uno vive un poco alerta. Ha bastado un siglo para que, de sangrienta batalla sindical, las vacaciones pagadas pasaran a ser un eficaz modo de seguir trabajando y de contribuir al producto nacional bruto. Eso que solemos llamar "capitalismo", pero que seguramente es algo así como el mítico "estado de naturaleza", resulta incompatible con el ocio.
El ocio verdadero es no hacer absolutamente nada excepto aquello que es inconciliable con la actividad laboral habitual. De modo que, por ejemplo, a mí y a los cientos de miles de profesores universitarios o de instituto, deberían prohibirnos la lectura durante las vacaciones. Tendríamos que dedicarnos a conducir un tractor, desmontar un motor de explosión, practicar el tiro olímpico o apuntarnos a un grupo de buzos. Los periodistas no deberían leer periódicos, los deportistas habrían de estudiar a Kant, los ministros tomar el metro o un tren de cercanías, los policías podrían intentar algún hurto sencillo, los curas sin duda practicar nudismo, y así sucesivamente.
Pura retórica. Estoy persuadido de que las vacaciones sirven para todo lo contrario, o sea, para redoblar la actividad laboral. El profesor se lleva de vacaciones un montón de libros, el periodista aprovecha para destripar la prensa nacional y provincial, los deportistas no pueden abandonar su entrenamiento sino que aún lo suben de grado y los ejecutivos analizan enormes dosieres sobre los costes de despido. Los únicos que no hacen nada son los que ya normalmente no hacen nada.
Ayer, sin ir más lejos, volví a caer en el célebre Sombrero de Tres Picos de Alarcón y hoy tengo mucho remordimiento. Sobre todo porque lo seguí con la pieza homónima de Falla, una preciosa suite de danzas dirigida por el insuperable Argenta, y así se me fue el día. ¡Cuando pienso que en el tiempo de leer y escuchar esa joya habría podido yo segar cien metros cuadrados de centeno!
Artículo publicado en: El Periódico, 2 de agosto de 2008