Víctor Gómez Pin
Sea cual sea el estado de una sociedad, ya se trate de momentos de exaltación o de quiebra, hay personas que se erigen para los demás en referencia ética, es decir, en modelo para esa dimensión de nosotros mismos que sólo ve satisfacción en la realización de un ideal de libertad. .Un animal es libre cuando nada coarta su instinto de lucha por la actualización de sus potencialidades, es decir, por la realización plena de su naturaleza, y el hombre no es en este sentido una excepción. Mas la naturaleza humana tiene entre sus rasgos esa singularidad absoluta que constituyen las capacidades racional y lingüística, las cuales tienen objetivos no siempre determinados por el imperativo de la subsistencia individual y específica, objetivos traducidos en esa máxima que incita a no conformarse con una vida reducida a genuflexión. En toda circunstancia se ha considerado que héroe es quien, aleccionado por tal imperativo, se alza contra las fuerzas inerciales (la pusilanimidad, la costumbre, la abulia, el puro miedo) que en su propio seno le impiden enfrentarse a la tarea que sabe primordial. Mas, luchando contra si mismo, el héroe no sólo aspira a conquistar su libertad, sino a ser visto por los demás como promesa de libertad propia. Pues bien:
Héroe en esta acepción de la palabra es aquel que tiene la fortuna de experimentar que su propio espíritu explorador es sobrepasado, absorbido, por aquello mismo que se trata de explorar, de tal manera que como escribe el Narrador de la Recherche "el investigador es por entero el oscuro país en el que debe investigar, y su bagaje ya de nada sirve". En tal ascesis (consecuencia de la superación de la "cobardía que aparta de toda tarea difícil, de toda obra importante") sólo cuenta el delimitar la dificultad, es decir despejar las brumas que dificultan la nítida percepción de la misma y el mantenimiento en todo momento de la vigencia del juicio, es decir: sólo cuenta el contenido mismo de lo que he designado como disposición filosófica.
Mas como corolario surge también entonces la exigencia que conduce al arte digno de tal nombre. Y digo "digno de tal nombre" porque desgraciadamente, tanto en su uso cotidiano como en el específico de los eruditos, el término arte designa a menudo un conjunto de tareas que apuntan tan sólo a lo superfluo, a ornamentar nuestras vidas. En sus modalidades convencionales, el arte es excesivamente respetuoso con los parapetos que la cultura ha fraguado para evitar que aflore la exigencia de verdad, exigencia de desvelamiento, exigencia indisociable de una radical confrontación, la cual es de hecho el motor originario de la obra de arte y lo único que le otorga legitimidad.