
Sergio Ramírez
Si algo visible divide a la izquierda latinoamericana en el poder, es el asunto de los biocombustibles. Desde que el presidente Lula Da Silva proclamó al Brasil como campeón de la producción de etanol extraído de la caña de azúcar para alimentar motores, no tardó en escucharse la voz del presidente en retiro Fidel Castro, desde sus oráculos inapelables en el periódico Gramma, denunciando como criminal la política de convertir alimentos en carburantes.
Aunque Fidel se ha referido principalmente al uso maíz, y los planes de Lula están dirigidos a la caña de azúcar, el pique ideológico no se apacigua por eso, sobre todo cuando aparece el presidente de Venezuela Hugo Chávez echando combustible al fuego, con petróleo puro. Estas diferencias han creado dos tipos contradictorios de diplomacia en América Latina: la del etanol, encabezada por Lula, y la del petróleo, encabezada por Chávez.
Y así, mientras la economía de Venezuela gira exclusivamente alrededor del petróleo, la de Brasil es mucho más compleja, y la política de diversificación de combustibles de Lula muestra resultados palpables: 45% del combustible para vehículos en Brasil es producido en base a caña de azúcar cultivada en apenas el 1% de la tierra arable del país.