
Víctor Gómez Pin
Decía que los futbolistas, y en general los que en ese deporte han de responder a exigencias técnicas, son quizás los más conscientes del papel que el fútbol juega como canalizador de frustraciones, las cuales deberían encontrar salida en lo real que las genera. Hubo un tiempo en que esto parecía claro, al menos para aquellos que enarbolan ante las miserias del orden social una actitud de resistencia. Mas hubo también en esto un aggiornamento, y la fracción crítica de la clase, digamos, intelectual, dejó de ver con pavor la genuflexión de toda actitud racional a la que se asiste en los estadios, entreviendo incluso en la disposición de los forofos algún rescoldo de reivindicación auténtica y hasta una muestra de verdadero espíritu popular.
Más lúcidos (y también más cínicos) que los intelectuales respecto a lo que realmente se juega en los estadios, son los responsables del orden, puesto que erigen verjas para que el campo de fútbol sea cíclico campo de concentración. Estos responsables saben que lo real de las frustraciones canalizadas hacia lo aleatorio de un resultado no sólo retorna, sino que lo hace en el seno mismo de lo que servía de tapadera. Y así el disgusto por el resultado adverso se convierte en mutilación profunda, y a la par que la rivalidad artificiosa deviene auténtico odio, el falso ciudadano se revela verdadera fiera.