
Víctor Gómez Pin
Mas la vida no es unívoca, sino que se haya diversificada en pluralidad de formas, y aquí empieza la interrogación propiamente filosófica, por elemental que sea. ¿Qué hace la diferencia entre las formas de vida? Esta pregunta está emblemáticamente vinculada al nombre de Aristóteles. Es bien sabido que éste fue el primer clasificador de las formas de vida, y que con muy elementales medios consiguió distinguir un gran número de especies.
Aristóteles clasificó a los seres vivos en niveles jerarquizados, con los humanos en la cumbre. La clasificación de Aristóteles se mantuvo durante siglos hasta que fue completada y superada por la de Karl von Linné (1707-1778). Linneo dividió el espectro de la vida en dos reinos: animal y vegetal. El primero está formado por cuerpos orgánicos que, además de tener capacidad sensorial, tienen capacidad de locomoción. Los segundos no poseen ni locomoción ni sensación.
El hecho de considerar que las plantas carecen de capacidad sensorial es quizás el argumento principal de los defensores de los animales con vistas a establecer una barrera entre el tratamiento que pueden recibir animales y humanos, por un lado, y plantas por otro. Discutiremos en otro momento las implicaciones éticas de esta distinción.
Animales y vegetales difieren por un variado conjunto de rasgos: los animales no están arraigados, mientras que las plantas hunden sus raíces en la superficie de la Tierra; los animales son impulsados a una acción (debido al hambre, por ejemplo) eventualmente destructiva para las otras vidas, mientras que las plantas son, en la visión algo idílica de Linneo, fuente de ilimitada iteración de la vida mediante dispersión de semillas… etc. Pero para las razones de esta reflexión conviene enfatizar el hecho de que los animales estén para Linneo motivados por afecciones que implican dolor o placer, mientras que las plantas son ajenas a estos estados.