Xavier Velasco
Da un poco de vergüenza escribir desde el desconsuelo, pero hay días en que es preciso hacerlo. Parecería que se busca el consuelo, peor aún la compasión, cuando a veces se quiere sólo más desconsuelo: un estado poético donde los haya. La primera acepción de la palabra, de acuerdo al diccionario de la Real Academia, peca un poco de obvia: "Angustia y aflicción profunda por falta de consuelo", pero ya la segunda hace el esfuerzo de invadir territorios metafóricos: "Desfallecimiento, debilidad de estómago." Imaginemos a ese órgano lánguido y nihilista que se mira incapaz de hacer lo suyo por causa de una pena sin alivio. "No tengo hambre", alardea el desfalleciente, discretamente ufano de estar inconsolable, y en tanto indiferente a las pequeñas recompensas de la vida. "No puedo más", reconoce el estómago, incapaz de ofrecer otro consuelo que el de soltarse vomitando de pena: prueba de que se sufre de manera fehaciente.
Me encantaría poder narrar el desconsuelo de un personaje sin adquirir el virus a mi vez, pero eso sería tanto como hacer el amor manteniendo la calma. Pobre de quien lo logre, me consuelo, siguiendo ya la senda de contagio que desemboca en esa debilidad de estómago por cuya causa cree uno que el amor es heroico. Ahora bien, mi personaje vive desconsolado pero intenta disimularlo ante el espejo, razón más que bastante para quebrarlos todos y a partir de ese día sobrevivir a espaldas de sí mismo, entre espartana y sibilinamente. Y me pasa ya por tercera vez en la semana que he salido a la calle sin haberme mirado al espejo y demasiado tarde me doy cuenta que traigo la pelambre como Sid Vicious, sólo que sin glamour.
Nada indigna tanto a un desconsolado como que alguien le crea capaz de ser práctico, objetivo u optimista. Cuando mi personaje es visto con extrañeza porque está mal peinado y peor afeitado, lo hace con el derecho que le da el desconsuelo. Esto es, cautivo de un egocentrismo que le ahorra la más elemental reflexión en torno a la naturaleza viral de su padecimiento. De muy poco me sirve ponerle alguna de esas canciones californianas hechas precisamente para aliviar la debilidad de estómago; él insiste en oír sólo aquellas que garantizan el sano crecimiento de su desconsuelo. Como era de esperarse, acabamos metidos en una vieja canción de Peter Hammill cuya letra y espíritu hacen desfallecer al más plantado. Traduzco libremente por el puro deleite de la flagelación:
He estado solo hace tanto que he olvidado cómo es sentir a alguien a mi lado y escucharla respirando cuando despierto a la noche. He estado solo hace tanto que he olvidado qué decir; y si me encuentro con alguien que se parece algo a ti, sonrío y miro sin ver. He estado solo hace tanto que he olvidado qué hay que hacer; como armarlo todo bien, cómo asistirla si sufre, cuándo huir, cuándo pelear, cómo hacer que no se vaya… si lo supe alguna vez.
A diferencia de las personas, los personajes no acostumbran padecer en balde. Necesitan llorar por el bien de la historia, y saberlo es de gran ayuda cuando no entiende uno por qué hace días que se pelea con quien tiene el mal tino de ponérsele enfrente. Hay un sentido en ello, nada es porque sí; también por eso se rechaza el consuelo. Te arde porque te cura, intentaba mi madre consolarme cuando me untaba merthiolate en una herida. Cierto es que nada cura la carne viva del narrador como sumarle páginas al proyecto. Y eso debe de ser lo más desconcertante para la empleada del almacén que no sabe si debe mirarme con lástima u horror porque algo en mi sonrisa le dice que la estoy pasando en grande, aun con esa pinta de ciclotímico en abierto descenso. Qué mal pero qué bien, confiesan ambos ojos.
Está desconsolado el personaje. Luego, hay un personaje -consuelo de consuelos, me permito opinar- y tras su mal fingida indiferencia se revuelve una bestia temperamental que en momentos padece debilidad de estómago, aunque pienso que de eso se alimenta. Cree que sólo es posible levantarse del suelo cuando al fin ha llegado hasta el subsuelo, donde los otros ya lo dan por fiambre. Con permiso, que lo vengo siguiendo.