
Sergio Ramírez
He leído que en la República Islámica de Irán, Memoria de mis putas tristes, la novela última de García Márquez, ha sido prohibida por las autoridades religiosas que desde sus tronos custodian la moral, después que por error declarado por ellas mismas, había sido autorizada a circular en una primera edición. El responsable de haber dado el nihil obstat a la novela fue destituido de su cargo, y el editor deberá comparecer a explicar su delito contra la decencia.
Las prohibiciones de ver, de leer, de oír, resultan siempre actos arbitrarios, y no son sino muestra de la intolerancia frente al pensamiento de los demás, sea por razones políticas, ideológicas, morales o religiosas. Es una manera de castrar el pensamiento, porque las películas, los cuadros, los libros, las piezas musicales, son frutos de la mente, que es dueña de la razón y de la imaginación.
Que una obra sea pornográfica, o irreverente, o antirreligiosa, o dañina a las reglas de conducta social, ha sido siempre el viejo alegato. Porque un fiscal creía que Madame Bovary era una novela que llamaba a las mujeres a ser adúlteras, es que se quiso condenar en juicio a Flaubert. Los argumentos, a través de los siglos, siempre vienen a ser los mismos. Ahora las autoridades iraníes condenan a la desaparición de Memorias de mis putas tristes, como si tratara de un manual de prostitución…