
Félix de Azúa
Una vez disipada la primera sorpresa, si uno prestaba atención era evidente que el disparo le había alcanzado una zona vital. Es cierto que el tiro había salido sin ton ni son, como si al dueño de la escopeta se le hubiera movido el dedo por distracción o por tedio. Un tiro sin apuntar, al buen tuntún, sin la menor intención de dar en algún lugar doloroso. No obstante, para cualquier observador era evidente que le había acertado en un órgano indispensable para su supervivencia.
El pobre animal disimuló el impacto, no quiso dar pruebas de haber sido tocado de muerte. Su jerarquía en la tribu dependía justamente de que le creyeran invulnerable. Nadie habría podido imaginar, sin embargo, que todo su poderío radicaba en un órgano tan delicado. Pero así era. De pronto su jauría y el mundo entero comprendió que su talón de Aquiles era la laringe. Y el disparo, aunque sin premeditación, le había alcanzado precisamente en el lugar exacto del que dependía su poder.
Al principio se contoneó perplejo, como si no creyera lo que había sucedido. En los días siguientes tuvo la reacción habitual de los animales heridos de muerte. Se le oía aullar de dolor y desesperación por toda la selva. Y cuanto más chillaba, más evidente se hacía a los ojos de su jauría que estaba tocado de muerte y que había que ir preparando la sucesión. No porque ya hubiera muerto, ni siquiera porque fuera a morir de inmediato. Este tipo de heridas, llamadas "narcisistas", trabajan lentamente acumulando veneno en torno al tejido dañado hasta hacer insoportable la existencia de quienes conviven con el agonizante. El proceso puede durar años.
Pero es un proceso fatal, imposible de detener, porque lo malo de la herida no es su gravedad sino que una vez ha señalado el lugar más vulnerable de este gran simio, puede repetirse una y otra vez el disparo. La vida del cabecilla se convierte en un infierno porque sabe que en cualquier momento, desde cualquier lugar, hasta un niño puede ahora apuntar y darle. Y que resuene en toda la selva el estruendo mortal: ¡¡¡POR QUÉ NO TE CALLAS!!!
Artículo publicado en: El Periódico, 17 de noviembre de 2007.