Sergio Ramírez
En América Latina hemos llegado a ser virtuosos en alguna clase de artes que requieren dotes de nacimiento, y también una buena dosis de preparación. Una de esas artes es el de la viveza. El arte del descaro.
Ser vivo significa imponerse sobre los demás a base de matrerías unas veces hilvanadas de manera muy fina, y otras sin importar el grado de ramplonería mostrado. En la viveza todo se vale, y por tanto no hay reglas del juego que respetar. En cada situación, las reglas se fabrican de acuerdo con las necesidades que demanda el tomar ventaja a toda costa, a costillas de los otros. Por tanto, no hay escrúpulos. En el arte de la viveza, el triunfo se corona con una disimulada sonrisa, o con la burla abierta o solapada frente al adversario derrotado, si es que podemos hablar de adversarios, y no de víctimas. El vivo sabe de sarcasmos. Todo le vale madre, porque en la viveza todo se vale.
Lo importante es el triunfo espurio. Ser el rey del engaño, dejar atrás, sumidos en el desconcierto y la impotencia a todos los que, confiados en los normales códigos éticos de convivencia humana, esa terca pero olvidada buena fe, no advierten que a sus espaldas, o a lo mejor frente a ellos, el vivo trama despojarlos de algo que es legítimo suyo, o por lo que compiten de manera legítima.
Pero ya me estarán pidiendo ustedes ejemplos.