Sergio Ramírez
Hay un cuento magistral de Iban Bunin que se llama El caballero de San Francisco. Para este personaje, la satisfacción es la felicidad, el estado perfecto de reposo del alma en el que no hay inquietudes ni zozobras. La vida te lo ha resuelto todo. Eres próspero, no tienes preocupaciones. El caballero se halla de vacaciones en alguna isla griega, y se siente feliz mientras se viste de etiqueta para la cena en el suntuoso hotel adonde ha arribado de noche con su familia, cargado de tanto equipaje que no se dan abasto los porteadores solícitos.
Pero la muerte artera que llega siempre tan callando va pronto a demostrarle que la felicidad no es sino una quimera de las peores, que igual que el loro de ojos de vidrio y plumas resecas del cuento de Flaubert, vuela ensuciándolo todo, y que pronto su propio cuerpo disminuido a un despojo se volverá un estorbo, una molestia que será necesario esconder en la más desprovista recámara del hotel, mientras el maître va por las mesas del restaurante pleno de caballeros de frac y damas de largo, apaciguando a todo el mundo: nada ha ocurrido, dama y caballeros, sigan comiendo.
Una impertinencia la felicidad convertida de pronto en muerte.