Sergio Ramírez
El otro, el que no somos nosotros. El próximo, el prójimo. Sólo podemos alcanzarlo con el pensamiento que salta barreras, anula las distancias, crea civilizaciones. Averroes y Avicena fueron dos sabios islámicos que en las oscuridades de la edad media preservaron y desarrollaron la filosofía de Aristóteles, que llegaría a ser por siglos la base inamovible del pensamiento de occidente. Un acto de sabiduría, y un acto de imaginación. Pero también fue un acto de valentía.
Diderot, en su Carta sobre los ciegos para uso de los que ven, construye una gran metáfora acerca de la concepción del mundo que tienen los ciegos de nacimiento. “Es que yo presumo que los otros no imaginan de manera diferente que yo”, dice el ciego de Diderot. El mundo es lo que el ciego piensa, y como lo piensa. La ceguera congénita, o adquirida, que conduce a la imaginación única, al pensamiento único, y de allí a toda suerte de fundamentalismos destructivos. Por causa de ese libro, juzgado subversivo, Diderot fue llevado a las cárceles de Vincennes en Francia, igual que Amos Oz, más de dos siglos después, fue acusado ante los tribunales de Israel por causa del suyo, La pantera en el sótano.
Más allá de la simple tolerancia es que empieza la verdadera aventura, la de ser como los otros.