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No me lo puedo creer

Por 30 de enero de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Reunión con Manuel Hernández Iglesias para tratar de averiguar si es posible creer algo voluntariamente. ¿Puedo querer creer algo conscientemente? ¿Tiene sentido esta frase? ¿Es posible una experiencia semejante?
En principio, parece que no. Si “quiero creer algo” es que ya lo creo. No puedo “querer creer” que la tierra es redonda o plana. O creo una cosa o creo otra, pero ambas a la vez no puede ser. Cosa distinta es que no sepa si es plana o redonda. Entonces, simplemente, no creo nada.
Sin embargo, es evidente que solemos decir cosas como “Felipe cree que no volverá a mentir a su mujer porque quiere creerlo”. Cuya consecuencia es: “pero se engaña porque no podrá dejar de mentirle jamás”. Felipe, por tanto, se miente a sí mismo.
E incluso (caso todavía más inquietante): “Yo creía que Adelina me amaba; ¡ay, cómo me engañaba!”. Que viene a decir que si bien yo sabía que no tenía ninguna posibilidad con aquella mujer indiferente y calculadora, por debilidad me dejé caer en una creencia engañosa.
Puede parecer algo irrelevante, quizás nimio, pero uno de los mejores filósofos del siglo, Donald Davidson, persiguió el asunto con ahínco. De hecho, se trata de entender cosas como la educación en general (¿cómo se crean las creencias?), ciertos aspectos de la ciencia (¿la ley de la gravedad puede ser una creencia?), o el simple cambio de creencias (¿podemos decir que un mismo sujeto cree A y luego B, o debemos hablar de sujetos distintos?).
Davidson propone dos modos para cambiar de creencia cuando uno quiere: la autotrascendencia y la autocorrupción. Ambos modos nos caracterizan una y otra vez a lo largo de nuestra vida. Estamos constantemente autotrascendiéndonos o autocorrompiéndonos, pero lo más inquietante es que jamás podremos reconocerlo en nosotros mismos. Sólo en los demás, o en nosotros pero en tiempos distintos.
Decir “voy a creer tal cosa porque me da la gana” no tiene sentido, pero decir “aquel tipo quiere creer tal cosa” o “cuando era joven quise creer tal cosa”, sí tiene sentido.
Es una lata, pero el autoengaño, la máquina más poderosa para la educación, sólo puede reconocerse en los otros. O en uno mismo cuando ya es demasiado tarde.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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