Félix de Azúa
No sé yo cuáles son las condiciones para que se den tipos originales, capaces, además, de llevar a cabo empresas prodigiosas. Lo que desde luego sé es que no se producen en España. Sin duda, el lugar donde mejor crecen es la Gran Bretaña. Quizás la lluvia sea un elemento imprescindible para ese raro cultivo. Nuestra particular aspereza los mata de raíz.
El último personaje español de esa categoría tan británica, que yo recuerde, fue Paco Benet, el hermano de Juan. No sólo tenía una cabeza excepcional, sino que organizó la fuga de los esclavos del Valle de los Caídos contando con dos elementos memorables, un automóvil americano de gran cilindrada y una rubia despampanante, la jovencísima Barbara Probst. Su final, muerto en accidente tras dormirse al volante del jeep mientras cruzaba el desierto iraní (se había casado con una princesa de la familia del Sha), guarda una inquietante similitud con el coronel Lawrence, muerto a lomos de su motocicleta Brough Superior.
Me vino Paco Benet a la memoria tras la lectura de un artículo de Anthony Lane, un homenaje a Patrick Leigh Fermor que publicó el New Yorker de finales de mayo. Fermor es el arquetipo del caballero inglés capaz de las más audaces aventuras, como cruzar a pie la Europa de los años treinta desde Londres hasta Estambul, pero también otras empresas para las que se necesita un arrojo de superior calibre, como secuestrar en 1944 al general Heinrich Kreipe, jefe de operaciones de la Wehrmacht en Creta.
Narra Lane en su artículo una conocida escena del secuestro. Fermor y los partisanos griegos conducían al general por los escarpados montes de la isla hacia un escondrijo, cuando el general dejó escapar un suspiro a la vista de las cumbres nevadas y musitó para sí: “Vides ut alte stet nive candidum/ soracte…”. En ese momento le interrumpió Fermor, y continuó: “…nec jam sustineant onus/ silvae laborantes, geluque etc etc”. Ambos se miraron a los ojos y a partir de ese momento el secuestro continuó del modo más educado posible, “usted primero, mi general”, “no lo quiera Dios, usted primero, estimado agente de los servicios británicos”.
Nuestra tierra, reseca, roqueña, rasposa, no da este tipo de caballeros castrenses, pero algunos da en el género eclesiástico. En una ocasión viví una escena similar, cuando Gil de Biedma, espoleado por un comentario sobre la supresión del griego en el bachillerato, comenzó a recitar las primeras estrofas de Iliada y sin mediar aviso le siguió Pere Gimferrer impertérrito. No dejaron de declamar a coro durante todo el trayecto del taxi, que fue considerable. Ambos rapsodas tenían los ojos cerrados y dirigidos hacia el techo del vehículo. Fue muy hermoso.
Del viaje a pie de Fermor se han traducido los dos volúmenes ingleses: El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua (en la editorial Península), ambos insuperables. Falta el tercero. Nadie sabe si llegará a escribirlo. Fermor tiene en la actualidad noventa y un años. Las restantes aventuras de Fermor aparecerán en su biografía, anunciada para finales de este año.