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Pero volver, volver, volver…

Por 15 de septiembre de 2006 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Félix de Azúa

Llego a mi ciudad cuando, como cada año, cae el diluvio universal. Estas repeticiones tienen mucho misterio, embelesan, parecen dar sentido a lo que no lo tiene. Vieja ley: una mentira suficientemente repetida se convierte en una verdad. Que el sol haya salido hasta hoy todos los días, parece garantizar la verdad del enunciado: “El sol sale todos los días”. Y sin embargo, es falso.

Una de las hermosas moreras que bordean la entrada del parque, en la plaza Boston, aparece tumbada, sus amplias hojas oscuras son como los faldones de una reina súbitamente muerta. A media mañana ya la han aserrado. Le pregunto al portero de la finca adyacente y suelta una risita sarcástica. No la tumbó la lluvia, sino un camión que maniobraba sobre la acera conducido por un chapuzas. “¿Y qué hacía encima de la acera ese animal? ¿Y por qué no lo denuncian?”, le pregunto a punto de amostazarme. “Es que era del ayuntamiento. De Parques y Jardines”. A la morera la ha matado su jardinero. Violencia de género.

Cada año es lo mismo. El verano rabioso alarga su mano de fuego hasta septiembre. Antes, durante o después del Once de Septiembre, día de la orgía nacionalista catalana, se juntan las bajas presiones del atlántico y la borrasca de levante en una espiral casi perfecta. Cada año caen entre cien y doscientos litros en un solo día sobre una Barcelona amojamada, agria, leprosa, envenenada, mugrienta, en la que no ha asomado una gota de agua durante seis meses. La repetición le da un carácter de verdad incontrovertible, de necesidad fatídica al desastre. Es un momento magnífico, de limpieza general. La ciudad sale del trance rejuvenecida y enérgica. Aunque, eso sí, maltrecha.

Ayer cayeron 178 litros por metro cuadrado. El Euromed, el tren que enlaza con Valencia, quedó muerto en la provincia de Tarragona. Doscientos pasajeros tardaron catorce horas en llegar a Barcelona; hicieron noche en medio de la nada. El aeropuerto, cerrado. El polígono químico de Tarragona arrojó al mar una mancha de hidrocarburo de 2 km. Las líneas de Renfe C-3, C-4 y C-7 quedaron sin servicio, lo que equivale a paralizar el tráfico de cercanías. La Nacional II también estuvo cortada. Se averiaron 70 semáforos. Era muy estimulante ver el cruce Balmes/General Mitre colapsado y con todo el personal dándole al claxon como en Estambul. Ni un guardia urbano. Dos líneas de metro se paralizaron durante horas: estaciones inundadas. Y así sucesivamente.

Todo lo cual puede dar la sensación de una catástrofe colosal, y lo sería en cualquier lugar del mundo, pero no en Barcelona. Como dice el ayuntamiento, Barcelona es “la millor botiga del mon” y se queda tan ancho, estas minucias carecen de importancia. Sobre todo si tenemos en cuenta que se repiten cada año con marcada puntualidad y que por lo tanto son algo inevitable. Por eso el alcalde de Barcelona va a encargarse del Ministerio más estratégico del gobierno. Su eficacia, su capacitación, han quedado demostradas a lo largo de un montón de años. De repetición en repetición sin que jamás pasara nada.

Pensando en estas cosas, en el regreso de lo idéntico, en la irresponsabilidad de los jefes, en la arrogancia de los majaderos, en el maravilloso final del verano (esa estación inútil), y releyendo los poemas de Larkin elegidos por el distinguido público (no hubo ni una coincidencia: son doce poemas distintos), pensé si el más indicado no sería Church Going, incluido en el libro de 1955 The Less Deceived, un poema sobre visitas culturales, sobre iglesias, sobre la trivialidad de las visitas culturales a las iglesias, sobre la trivialidad de las iglesias, y sin embargo también sobre la necesidad ineludible de visitar iglesias para seguir creyéndonos gente seria, visitas repetidas una y otra vez con iguales resultados. Versos otoñales sobre la repetición.

Es un poema de una lucidez considerable sobre los hábitos de la gente ilustrada, sobre las excusas para matar el tiempo que nos damos incansablemente. Aunque la música es de Shakespeare, quizás sea una locura producida por la lluvia, pero me da a mí la impresión de que el poema podría haberlo escrito Antonio Machado en su última etapa, cuando narraba jornadas lluviosas y reguladas por el suave tic-tac de la extinción. Si sus padres hubieran regentado un negocio de corbatas en Birmingham, naturalmente.

Había una bonita edición de este libro, traducido por Álvaro García, en La Veleta (Granada), pero data de hace quince años y no sé si se encuentra en librería. De modo que ahí va el original.

Once I am sure there’s nothing going on
I step inside, letting the door thud shut.
Another church: matting, seats, and stone,
And little books; sprawlings of flowers, cut
For Sunday, brownish now; some brass and stuff
Up at the holy end; the small neat organ;
And a tense, musty, unignorable silence,
Brewed God knows how long. Hatless, I take off
My cycle-clips in awkward reverence.

Move forward, run my hand around the font.
From where I stand, the roof looks almost new –
Cleaned, or restored? Someone would know: I don’t.
Mounting the lectern, I peruse a few
Hectoring large-scale verses, and pronounce
‘Here endeth’ much more loudly than I’d meant.
The echoes snigger briefly. Back at the door
I sign the book, donate an Irish sixpence,
Reflect the place was not worth stopping for.

Yet stop I did: in fact I often do,
And always end much at a loss like this,
Wondering what to look for; wondering, too,
When churches will fall completely out of use
What we shall turn them into, if we shall keep
A few cathedrals chronically on show,
Their parchment, plate and pyx in locked cases,
And let the rest rent-free to rain and sheep.
Shall we avoid them as unlucky places?

Or, after dark, will dubious women come
To make their children touch a particular stone;
Pick simples for a cancer; or on some
Advised night see walking a dead one?
Power of some sort will go on
In games, in riddles, seemingly at random;
But superstition, like belief, must die,
And what remains when disbelief has gone?
Grass, weedy pavement, brambles, buttress, sky,

A shape less recognisable each week,
A purpose more obscure. I wonder who
Will be the last, the very last, to seek
This place for what it was; one of the crew
That tap and jot and know what rood-lofts were?
Some ruin-bibber, randy for antique,
Or Christmas-addict, counting on a whiff
Of gown-and-bands and organ-pipes and myrrh?
Or will he be my representative,

Bored, uninformed, knowing the ghostly silt
Dispersed, yet tending to this cross of ground
Through suburb scrub because it held unspilt
So long and equably what since is found
Only in separation – marriage, and birth,
And death, and thoughts of these – for which was built
This special shell? For, though I’ve no idea
What this accoutred frowsty barn is worth,
It pleases me to stand in silence here;

A serious house on serious earth it is,
In whose blent air all our compulsions meet,
Are recognized, and robed as destinies.
And that much never can be obsolete,
Since someone will forever be surprising
A hunger in himself to be more serious,
And gravitating with it to this ground,
Which, he once heard, was proper to grow wise in,
If only that so many dead lie round.

Nota y reparación:
En el blog anterior escribí apresuradamente que Fuerteventura carece de interés biológico o natural. Es una bobada que se me escapó llevado por la prisa que impone el género diario. Alfredo me escribe con muchas informaciones, de entre las que destaco la siguiente:

Fuerteventura, pese a ser la isla de mayor superficie de Canarias (a marea baja…) es una de las de menor territorio protegido, con tan sólo el 28,8 % de su superficie. En cualquier caso, en ese casi 28% de su territorio protegido encontramos tres Parques Naturales y seis Monumentos Naturales. Atesora el título de ser la cuarta región natural a nivel mundial en cuanto a endemismos florísticos se refiere, donde perviven plantas de la Era Terciaria que han desaparecido de la mayor parte del planeta. Y, por lo que respecta a su fauna, en la isla viven o transitan aves marinas y rapaces de alto valor biológico donde destaca la majestuosa hubara como emblema de sus no menos espectaculares llanuras y complejos dunares. Por no hablar de la importante colonia de cetáceos que habita en sus costas.

Pido perdón por mi impertinencia. Lo que trataba de explicar, a toda prisa y mal, es que la isla más extensa puede ayudar a mantener el equilibrio de la más pequeña y también más intensa Lanzarote.

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Félix de Azúa

Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Ha publicado los libros de poemas Cepo para nutria, El velo en el rostro de Agamenón, Edgar en Stephane, Lengua de cal y Farra. Su poesía está reunida, hasta 2007, en Última sangre. Ha publicado las novelas Las lecciones de Jena, Las lecciones suspendidas, Ultima lección, Mansura, Historia de un idiota contada por él mismo, Diario de un hombre humillado (Premio Herralde), Cambio de bandera, Demasiadas preguntas y Momentos decisivos. Su obra ensayística es amplia: La paradoja del primitivo, El aprendizaje de la decepción, Venecia, Baudelaire y el artista de la vida moderna, Diccionario de las artes, Salidas de tono, Lecturas compulsivas, La invención de Caín, Cortocircuitos: imágenes mudas, Esplendor y nada y La pasión domesticada. Los libros recientes son Ovejas negras, Abierto a todas horasAutobiografía sin vida (Mondadori, 2010) y Autobiografía de papel (Mondadori, 2013)Una edición ampliada y corregida de La invención de Caín ha sido publicada por la editorial Debate en 2015; Génesis (Literatura Random House, 2015). Nuevas lecturas compulsivas (Círculo de Tiza, 2017), Volver la mirada, Ensayos sobre arte (Debate, 2019) y El arte del futuro. Ensayos sobre música (Debate, 2022) son sus últimos libros.  Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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