Vicente Verdú
Querer a los demás,
o a muchos de ellos,
parecería
algo tan común
como inducido
por pertenecer a una existencia
igual.
Pero no son,
sin embargo,
las semejanzas
lo que más aproxima
al otro.
Ni tampoco lo son las diferencias
Porque
al placer del parecido
se opone al amor por las diferencias.
Y al revés.
el demasiado parecido
favorece
la aversión.
Y la diferencia
conlleva
con facilidad al temor.
En los dos casos,
la desazón
se interpone
y quema la querencia.
o el amor.
Un manjar,
el amor,
que sazonado
elimina
los tóxicos.
Y la amistad
un menú sencillo
con su sopa.
Una alimentación
humana
en su punto.
Aquello que no
alberga
veneno
pese a sus
guisos.
La parrilla del sexo,
el afecto
de azafrán
el cariño
confitado
tienden a la
mesa
reposada.
Pero no existe
seña alguna
que asegure
al amor de al especie.
Su especialidad, su espacialidad
son una distancia
que persiste
a pesar del pesar.
Y los miedos
ahúman
o carbonizan
a gentes vecinas
y, también,
las semejanzas
son dudas
sobre su exacta
realidad.
Entre la
redundancia
especular
y el malestar de
la lenidad
deseamos ser
definitivamente distintos
Y en el pico de esa furia,
dolorosa,
preferimos la lumbre
que si nos enciende
quema,
como una cuna
de maldición.