Vicente Verdú
El dolor de la muerte
es siempre
para los otros.
Lo sabemos desde los
dictámenes de Dios
y seguimos pensando
que el tremendo
pesar de fallecer
nos aniquilará.
Nos aniquilará la vida
y, conjuntamente, el pesar,
de la no vida.
La vida cae en metáforas
como flores
sin peso
y de papel incombustibles.
Señas inconfundibles
del difunto
mientras el difunto
se enfita de su final.
Un final
que toda su existencia
temió con tanto pavor
como necesidad.
Abrumante necesidad
que avanzaba
el ayuno éxito del fin.
Una náusea incompatible
consistente en esta flor
vana e inane
de ciega y azulada
calamidad.