Vicente Verdú
Los celos es de las emociones más agudas y verticales de la vida. Sin celos no hay cielo. Con celos, sin embargo, nace un ideal elevado, inalcanzable y azul. El agónico azul de la carencia, el azul del vacío y de la cianosis.
Pero no se tendría conciencia del valor más alto sin el desvalor. O, lo que es igual, no nos querríamos tanto si no nos quisieran.
¿O es la revés? Al revés o al derecho, el amor propio se intercambia con el desamor, la plenitud con la escasez, la humildad con la vanidad.
O, nada, continuando el juego verbal será, en definitiva, vano. El vano alude sin remedio al pleno, la plenitud hace aún más violenta la desolación.
Los celos son del orden de la carencia pero ¿quién si no los ricos pueden sentir ese prestigioso dolor?
Los celos, al cabo, son una herencia de la fortuna anterior. Su seña. La enseña de haber conocido el gozo de una privilegiada asignación. El disfrute de lo que fue antes encarnado y ahora, por momentos colma la insoportable palidez.