Vicente Verdú
Pocas palabras son tan ajustadas a su concepto como "fobia". La fobia lleva consigo, en el centro de su pecho, el rechazo y en su cabeza una aborrecible figura que topa con nuestra simple voluntad, yo, nuestro legítimo deseo.
No valen las fobias sin fundamento aunque suelen ser abundantes pero se trata sólo de fobias sin investigar del todo. En el fondo de cada fobia reside un pozo razonado de odios y miedos al que tarde o temprano se tiene acceso y conocimiento. De esta manera la fobia es una bestia asentada en lo hondo de cada sujeto y encerrada en su mismo espacio. Ambos sujetos conviven pero mientras la víctima en Sujeto a la fobia, saltado por ella imprevisiblemente cuando todo es carne de paz, la fobia es un sujeto carnívoro.
La paz y la fobia se enfrentan como la mansedumbre se opone a la cólera. Y no una cólera cualquiera sino una cólera dura y hasta fosilizada. De ahí que los profesionales del alma, los psicoterapeutas y psiquiatras, encuentren tanta dificultad en extraer la fobia del paciente. De una manera la fobia actúa con gran efectividad gracias a su arraigo y, de otra, ese arraigo puede llegar a un grado en que se convierte en parte de nosotros mismos. Un organismo con su fobia es un organismo que funciona con la fobia engastada. Como un coágulo que nos puede matar, como un trombo que nos puede ofuscar, como una pesada bola de acero que nos obstruye la garganta. La fobia puede ser de este modo una esfera pesada y pulimentada pero también fobia que con el tiempo ha desarrollado una pluralidad de estribaciones y largos filamentos odiosos que podrían ahogarnos con su extensión interna y apoderarse de nosotros como un demonio de incontables dedos. ¿Odio a la fobia? Sí. Pero cuanto más miedo se le tiene, cuanto más se obedece a su terror, cuanta más atención se le presta, más crece y envenena llegar, acaso, paralizarnos, a esclavizarnos, a envolvernos de ceguera la cabeza.