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La filosofía en el boudoir

Por 27 de abril de 2014 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Jorge Volpi

Emmanuel Carballo, in memoriam

 

Cuando el viejo descubre a la mujer en el suelo, ultrajada y semiconsciente, no duda en ayudarla. Seligman la conduce a su casa, casi una celda monástica, la arropa en su cama, le ofrece un té y por fin le pregunta qué le ha sucedido. La joven, que se identifica con el nombre andrógino de Joe -acaso una referencia a la célebre prostituta vienesa Josephine Mutzenbacher-, se confiesa culpable de su desgracia, pero a continuación le dice al eremita que, si en verdad aspira a comprenderla, tendrá que escuchar su historia desde el principio, la cual se desplegará a lo largo de ocho capítulos y cinco horas de proyección.

            Nymph()maniac (2013), la más reciente película de Lars von Triers, ha sido vista como otra de sus provocaciones -en cualquier caso menos inconveniente que su desplante nazi en el último Festival de Cannes- o el episodio más endeble de su trilogía sobre la depresión, iniciada con Anticristo (2009) y seguida con la sublime Melancolía (2011), pero en realidad se trata de un denso y chispeante diálogo filosófico, a la manera de La filosofía en el boudoir del Marqués de Sade, que se vale de la sexualidad -del libertinaje, para usar el término de la época- para explorar las tensiones entre el conformismo del establishment y el poder destructivo de la revolución o, en jerga freudiana, entre el manto protector de la cultura y el desorden de las pulsiones individuales.

            Convertida en una suerte de Sheherezada hardcore, Joe (Charlotte Gainsburg, interpretada de joven por la modelo Stacy Martin) iniciará su relato con su iniciación sexual, a los quince años, a manos de un macarra que reaparecerá una y otra vez en su vida, Jérôme (un malogrado Shia LeBoeuf), quien la posee violentamente cinco veces: 3+2, según la fórmula que aparece en la pantalla. Al escuchar esto, Seligman (Stellan Skarsgård) no evitará señalar que los dos números corresponden a la sucesión de Fibonacci, sentando la pauta de sus conversaciones posteriores: mientras la narración de Joe se desliza de la farsa picante a la tragedia pornográfica, él no dejará de introducir referencias pictóricas, literarias y científicas para explicar -o moderar y controlar- la voracidad sexual de su protegida.

            Von Triers invierte los parámetros de Sade: si en La filosofía en el boudoir el caballero Dolmancé educaba a la virgen Eugénie en los placeres del libertinaje, aquí es la libertina Joe quien pervierte y alecciona al igualmente virgen Seligman -cuyo nombre significa no sólo feliz sino bienaventurado– en los desfiladeros de la ninfomanía. En cambio, no traiciona el espíritu del Divino Marqués al enhebrar, en tonos y formatos, que van de la comedia de costumbres a los episodios francamente "sádicos", las distintas posibilidades del desenfreno, ilustradas con las peripecias de Joe y puntuadas por reflexiones -a veces profundas, a veces pueriles- sobre los roles masculinos y femeninos, el lenguaje políticamente correcto o la libertad de expresión.

            En este juego, Joe siempre posee opiniones subversivas: le llama negro (nigger) a un emigrante africano, cuya lengua desconoce, porque "cada vez que se pierde una palabra la democracia pierde", o afirma que, si quienes tienen tendencias pedófilas pudiesen fantasear con ellas habría menos abusos reales (como en Sade, parecería que éstas son las auténticas opiniones de Von Triers). Del otro lado, Seligman no cesa de defender la tolerancia y la razón, y en su mirada nunca deja de advertirse un destello de empatía hacia la joven. Pero, si bien ella no deja de juzgarse con severidad, también asume con firmeza cada una de sus decisiones, desde su afirmación como "ninfómana" en un círculo de ayuda para adictos sexuales hasta el instante en que abandona a su esposo y a su hijo en busca de su propio placer (algo que Sade hubiese aplaudido a rabiar).

            En uno de los pasajes más explícitos de la cinta, Seligman absuelve del todo a Joe al afirmar que, si ella hubiese sido hombre, a nadie le habrían escandalizado su miríada de amantes o el abandono de su familia: ser mujer la hace revolucionaria. El típico "cuento moral" del siglo XVIII acaba también según los cánones, con una retorcida moraleja muy del gusto de Von Triers. Sin querer revelar la sorpresa -advierto sobre un posible spoiler-, baste decir que al final la cultura siempre resulta una máscara hipócrita y son los impulsos y el deseo quienes se acaban por imponerse aun si nos conducen a la muerte.

           

Twitter: @jvolpi

 

 

 

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Jorge Volpi

Jorge Volpi (México, 1968) es autor de las novelas La paz de los sepulcrosEl temperamento melancólicoEl jardín devastadoOscuro bosque oscuro, y Memorial del engaño; así como de la «Trilogía del siglo XX», formada por En busca de Klingsor (Premio Biblioteca Breve y Deux-Océans-Grinzane Cavour), El fin de la locura y No será la Tierra, y de las novelas breves reunidas bajo el título de Días de ira. Tres narraciones en tierra de nadie. También ha escrito los ensayos La imaginación y el poder. Una historia intelectual de 1968La guerra y las palabras. Una historia intelectual de 1994 y Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Con Mentiras contagiosas obtuvo el Premio Mazatlán de Literatura 2008 al mejor libro del año. En 2009 le fueron concedidos el II Premio de Ensayo Debate-Casamérica por su libro El insomnio de Bolívar. Consideraciones intempestivas sobre América Latina a principios del siglo XXI, y el Premio Iberoamericano José Donoso, de Chile, por el conjunto de su obra. Y en enero de 2018 fue galardonado con el XXI Premio Alfaguara de novela por Una novela criminal. Ha sido becario de la Fundación J. S. Guggenheim, fue nombrado Caballero de la Orden de Artes y Letras de Francia y en 2011 recibió la Orden de Isabel la Católica en grado de Cruz Oficial. Sus libros han sido traducidos a más de veinticinco lenguas. Sus últimas obras, publicadas en 2017, son Examen de mi padre, Contra Trump y en 2022 Partes de guerra.

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