
Eder. Óleo de Irene Gracia
Jorge Volpi
El 1 de julio habrá elecciones en México. Imagino aquí cómo vivirían cada uno de los candidatos, del PRI, PAN y PRD, su posible triunfo. Comienzo con el candidato del PRI, Enrique Peña Nieto. México, 1 de diciembre, 2012.
El candidato -debería acostumbrarse a llamarse a sí mismo señorpresidente– hace horas que está despierto, pero no ha escapado de la cama: en la duermevela, lleva horas repasando su vida pública. No ha encontrado demasiados momentos climáticos, como si su carrera hubiese transcurrido entre algodones, pero ello no lo hace sentirse menos orgulloso. De tanto practicarla, la sonrisa no se borra de sus labios ni siquiera entre las sábanas. A su lado, su esposa ronca de manera casi imperceptible. El candidato -perdón, el señorpresidente– la observa de reojo: otra victoria. ¿Cuándo hubo en este país una Primera Dama más hermosa? Procurando no despertarla, se yergue atléticamente, hace una sentadilla y se dirige al baño. En su debut como el hombre más poderoso de México, lo primero que necesita es contemplarse ante el espejo.
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-Se los dije, las encuestas no mentían, hemos ganado por más del 50% de los votos -exclama en su despacho.
Frente a él, los artífices de su campaña se muestran exultantes.
-Está claro -continúa el presidente electo- que nuestra estrategia de no admitir ninguna confrontación fue la clave. Teníamos que mostrarnos como el hombre de estado que seremos a partir de ahora, ¿no les parece? Los otros quedaron como resentidos. Pero hoy, en mi discurso, les tenderemos la mano. Gracias a todos por ayudarnos en esta tarea.
Escuchando hablar así a su criatura, su principal asesor lanza un tímido suspiro.
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En cuanto llega al plató, el candidato -qué insistencia: el señorpresidente– revisa el ángulo de las cámaras, la potencia de los reflectores, la posición de su silla y la de quien va a entrevistarlo, el tamaño de letra en el teleprompter, la tarjetita con las preguntas y respuestas que ha memorizado desde la mañana. Después de tantas entrevistas, nadie posee más experiencia que él.
-Muy bien, podemos empezar.
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-La llamada esta lista, Señor Presidente -confirma la secretaria.
-Vamos, campeón -lo anima su principal asesor.
Al otro lado del teléfono, escucha una voz ronca que se apresura a felicitarlo en un español apenas inteligible. A continuación, su colega se embarca en un párrafo en inglés en el que reconoce dos o tres palabras.
-Tankyu, míster Président -lee de una tarjetita-. It güil bi greit to work güit yu.
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-El empleo, ése será el eje de mi discurso en la toma de posesión -afirma.
-Pero ése fue el discurso de tu predecesor -lo corrige, en voz baja, su principal asesor.
-Entonces, la seguridad. Eso, la seguridad pública.
-Tu predecesor también se centró en eso. Necesitas algo propio, algo distinto. Algo auténticamente tuyo.
-¿Mío? -pregunta-. ¿Cómo que mío?
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-Lo primero que quiero es agradecerte, Emilio. Sin ti… -comienza el presidente electo en su primera audiencia privada.
-Ganó el mejor -ataja el otro-. Ahora lo importante es buscar lo mejor para el país.
-Exacto, Emilio. Y lo mejor para México es contar con empresas sólidas y competitivas.
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-Quisieron acusarnos -el presidente electo da un manotazo sobre el escritorio-. Ahora verán quién eran los corruptos.
A continuación, revisa la lista que su principal asesor acaba de entregarle.
-¿Cuál de éstos panistas te parece el más indicado para pasar unos añitos entre rejas?
-Éste -el asesor señala una fotografía-. Es un cuadro importante del partido, pero no pertenece al círculo cercano a tu predecesor.
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-El discurso sobre el combate al narco que has preparado es magnífico -se entusiasma el presidente electo-. ¡Contradice en todo a nuestro predecesor! ¿Y cuándo empezaremos a tomar estas medidas?
-Ya sabes que seguiremos haciendo lo mismo que él -le aclara su principal asesor-, lo importante es que digas lo contrario.
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"¡Qué maravilla disponer de esta maquinaria!", se entusiasma el presidente electo mientras observa el pleno del Congreso casi en calma. "Ni eso sabían hacer los panistas."
Observa a unos cuantos pasos el gesto severo, siempre tan antipático, de su predecesor, y casi siente pena por él. Será generoso y procurará no incordiarlo: bastante tiene con abandonar el puesto así, en la ignominia.
"Haremos lo que sea necesario, pero nosotros no acabaremos como tú", se dice mientras su predecesor le coloca la banda en el pecho.
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-¿Qué te pareció la casa, mi amor? -le pregunta a su esposa.
-¡Qué mal gusto tenían los inquilinos previos! -le responde ésta con un tono amargo-. Habrá que cambiar toda la decoración.
-Lo que tú digas. Éste es tu reino.
-Más bien el nuestro, ¿no? -ella lo besa y se cubre el pecho con una sábana, un acto reflejo que no consigue evitar-. Debes estar cansado, ha sido un largo día.
El señorpresidente no responde. Ha encendido la televisión panorámica y, después de eludir las telenovelas, se detiene frente a su propia imagen: sonriente, bronceado, con ese corte perfecto del que tanto se burlaron sus adversarios. Al mirarse una y otra vez allí, en ese mundo virtual que para él es el mundo, no duda: "¡Qué buen presidente voy a ser!"
twitter: @jvolpi