Vicente Verdú
"No se explica [me decía Eduardo Arroyo] que manifestándose cada dos por tres a causa de cuestiones sociales y políticas no haya una sola manifestación siquiera contra la terrible fatalidad de la muerte" Y viéndose, viéndonos los unos a los otro, no hallamos motivo mayor para entrar en una violentísima rebeldía que esta imposición tan absurda, inhumana y radical. Es posible que en otros tiempos y bajo otros criterios, a la muerte se la recibiera mal pero aún así se la recibiera. En todas las civilizaciones, de aquí o allá, se han preparado ceremonias, mobiliario, perfumes y cantos para acoger su llegada. Pero ¿ahora qué? Si perfumes, cantos y pócimas se dirigen absolutamente a vivir y vivir, ¿qué sentido tiene seguir atados a este potro de tortura y, encima, sin negar la espera?
Se mire como se mire, sea de manera política o simplemente emocional la muerte es de una brutalidad gigantesca. Nadie puede hacer tanto y tan mal como para recibir este castigo. Y siendo así ¿qué sentido tiene que nos muramos?
Pues sí: antes tenía sentido morirse y gracias a la defunción asumíamos casi todo, aún de mala gana, gracias a las importantes promesas de compensación en el cielo. Sin embargo llegado a 2011, callado el cielo, vacío el cielo, desacreditado el cielo por los mismos que creen en él, no hallamos la menor base que pueda justificar su vigencia. ¿A las barricadas? A las barricadas. Porque una de dos: o tomamos cartas en este traicionero asunto o, cuando menos se espera, nos devasta.