Vicente Verdú
De las ciudades invisibles que describió Italo Calvino, una de ellas, Leonia, tenía por característica que allí se desperdiciaban con la mayor abundancia las cosas. Se desperdiciaban para que al perderse la ciudad abundante se creara una estela de disgregación y al no conservarse materia suficiente, el establecimiento ascendiera. Literariamente ascendiera, pero seguramente también físicamente cobrara un peso ligero que la permitiría volar. Todo lo que pesa parece del pasado. Todo lo que se hace plano, ligero y volátil, vuela hacia el porvenir.
2011 es un año de este carácter volandero. Los dos unos donde se apoya su cuerpo de veinte siglos son como dos patas de palmípedas, tallos animales que sobrevuelan plegados sobre las superficies encharcadas y que aterrizan apoyándose apenas sobre la superficie del agua. Desde esa lámina húmeda se impulsan hacia otros humedales o silban hacia el cielo traspasando el espacio en un silencio absoluto. El silencio de ser habitantes provenientes de un lugar, una ciudad, Leonia, donde sólo se salvarán quienes sin sonido, sin peso, sin destino, formaron de antemano parte de la nada. Esa nada célebre y contemporánea en la que las ciudades tienden a convertir sus muchos desperdicios, perder todos sus desperdicios en un reciclaje tan perfecto que convierte la cantidad en cero, el volumen en transparencia y del deshecho del deshecho en nada.