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Habitaciones con puerta

Por 16 de febrero de 2010 Sin comentarios

Vicente Verdú

Todavía en la casa en  vivimos muchos los arquitectos proyectaron una puerta principal y otra para el servicio. El servicio tenía su puerta por donde entrarían también los pedidos al supermercado y todos los empleados y operarios  que traían su mercancía o llegaban con el encargo de realizar alguna reparación.

 El servicio interior se relacionaría con el servicio exterior a través de esa apertura, siempre más modesta, de la vivienda y a la que, siendo traspasaba, daba acceso a un pasillo que en su recorrido comunicaba con la cocina, con el cuarto de la plancha y también, desde luego con el intenso dormitorio de servicio. Una pieza angosta donde apenas cabía o cabe una pequeña cama y otro cuchitril más, dotado  de un lavabo, un espejo barato y una ducha con una pequeña repisa.

 Al servicio se le daba mal servicio puesto que se valoraba como una fuerza no necesariamente prolongable en un valor más allá del servicio. La interna podía salir a pasear y mantener contacto con otras amigas de servicio, el novio y algún familiar, pero sólo por un intervalo regulado y con la idea de para reinsentarse pronto a la vivienda donde se hallara literalmente "interna".De hecho  vestía incluso de uniforme y con delantal almidonados para cerrar en su entorno la precisa definición de su papel como personal de servicio.

No es raro. por tanto, que tuviera adjudicada una puerta específica para salir y entrar puesto que su naturaleza particular,  adjudicada por el prontuario del mercado, no compleja ni imprevisible, se acoplaba tanto a la rutinaria catalogación de sus atribuciones laborales como a su radical obligación de cumplir exactamente las  órdenes. Con ello, su identidad laboral y general era compacta y simple, Tan compacta como par dormir en una cama que no rebasaba apenas sus propias dimensiones corporales y compacta como para no hablar, ni pensar,, ni ensoñar  nada.

Por contraste los señores entraban por la holgada puerta principal al supuesto desahogo de la casa reglamentariamente expresado por un recibidor que no cumplía de hecho casi ninguna función práctica pero sí una significación de estatus.

El recibidor, sólo se activaba al entrar o al salir y excepcionalmente con gentes que pedían el aguinaldo o personas que no  teniendo categoría para ser conducidas hacia el interior se las remansaba allí, como en un andén o antecámara, de la que no podían moverse hasta que e recado se diera por acabado.

En ambos casos, en el caso de la puerta de servicio y en el de la puerta principal de los señores, la puerta desempeñaba-y desempeña- un papel simbólico de primer orden. Se ingresa en el hogar por la puerta principal en  señal de reconocimiento, majestad o de directo dominio sobre la totalidad del contenido doméstico, material o espiritual, y se discurre por el interior de puerta en puerta recorriendo cualquiera de las habitaciones y sus respectivos reinos.

Todas las puertas de la casa forman parte de un juego de valores que determina la circulación y libertad de sus habitantes.  Permitir franquear, por ejemplo, la puerta del dormitorio paterno conlleva un acto de gran significación pero, aún más,  en asociación con ello se llega hasta una incursión inquietante cuando se ingresa en el cuarto de baño de los padres y dueños de la casa. Tanto porque, acaso, son amos y padres, intimidantes como son, en todos los casos, los señores. Sus caracteres más o menos secretos: sus olores, sus suciedades, sus intimidades, sus cosméticos, sus albornoces que cubren el cuerpo desnudo, la bañera o la ducha que llevan a escenas deformes,  cuerpos obesos, marcados por cicatrices quirúrgicas  y patologías de la piel, cargan ese baño principal de diferentes potencias escénicas: eróticas, patéticas, patológicas- que imponen al visitante.

Este cuarto de baño resulta ser más accesible al servicio que a los hijos que sólo de vez en cuando tienen ocasión, sin interés alguno, de visitarlo y, si van allí, todavía pequeños, es mediante el expediente de ser empujados por la madre para alguna operación de aseso o retoques acicalamiento.

El servicio, sin embargo, entra y sale del baño día tras día a sus horas y para cumplir con sus deberes de limpieza pero, sea o no así, sólo por necesidad higiénica, franquear su paso conlleva hacer ingresar a esta plebe en sus tremendos secretos que, acaso, se ocultarían a cualquier otro ser humano.

La ventaja es que el servicio lleva consigo un tipo de ser humano muy reducido, casi residual,  apenas un puñado de moléculas humanas articuladas para que le permitan respirar, subsistir y realizar las sencillas labores para las que se le contrataron.  Dejar el cuarto de baño en manos del servicio y al antojo de su exploración y su  mirada causa  una inquietud que sólo llega a atenuarse en la medida en que se considera a la persona que sirve un menos de persona y un plus de máquina operacional.

Algo hay que implementar operativamente allí para eliminar las impurezas y el servicio personal se encarga debidamente de ello. Purifica y ordena el cuarto, pone el mentol en la taza, emplea detergentes y lejías que huelen a limón puliendo la suavidad de las lozas, retira las marañas de pelos junto al sumidero y esparce hasta el fin los grumos de espuma,  restablece en fin la limpidez en el espejo y los azulejos, cuelga unas nuevas  toallas puras y hace desaparecer el juego marcado por el uso y el asqueroso usuario.

Marcas que informan sobre las minuciosas características inmundas  él y ella, alguno de sus vicios y de sus puercas costumbres, que se exponen sin remedio a una exploración tan larga como el tiempo que la persona de servicio requiera.

De este contacto con el baño de los señores  el personal de servicio colecta tanta información como para terminar con su crédito atildado pero ese personal, precisamente, tiene la puerta abierta para entrar sin problemas y anotar aquello que su voluntad decida. Y, sin embargo, el personal de servicio sigue siendo autorizado a introducirse en este santa santorum de la mierda porque, con gran probabilidad,  sólo irá a parar a otros compañeros o compañeras de servicio en cuya circulación común se reproduce el sistema natural de los desagües. De cuerpo a cuerpo, a través de la voz y el oído del otro, también empleado en el servicio, fluye la información como  un ruido de tuberías sin demasiado interés para el comercio del chantaje. Su alcance se detendrá en un juego episódico en base a la excrementicia intimidad del que manda y como pobre venganza de quien no llega a nada. No tener nada más que los datos sobre la sucia supuración de los amos lleva a esta situación inevitablemente coartada en donde el servicio se desenvuelve y se desenvuelve limitadamente,  sin alzarse la información a ninguna escala ni canje relevante.

Poco después, desde el parque, las internas  regresan a casa y se encajan de nuevo en su cubículo. Los amos apenas llegan nunca a la habitación ni al cuarto de baño de la criada y cuando, excepcionalmente, lo hacen preferirían, entre reproches y aprehensiones, no haberlo hecho nunca. El recinto tiene una subcategoría que no ayuda de ninguna manera a mejorar nada. Si la criada puede creerse humillantemente escudriñada, el amo que no siente necesidad de escudriñar lo peor, sólo entrará allí como por el impulso oficial  de controlar la casa.

 Una puerta, otra puerta, se va de un cuarto a otro y en  cada escenario se atiende a una vida que juntas hacen de la vivienda un retablo  donde se juntan, forzadamente, la cultura de los amos con la de los esclavos y en su mediación se abre una forma desordenada y sonora donde se hallan las habitaciones de los hijos, los hijos y la hija, las hijas y el hijo, en cuyo interior, en medio del caos, se gesta forma inasumible de entender el mundo pero que en efecto forma el presente y el futuro inmediatos. El orden en el dormitorio de los padres, con espejo y coqueta, se halla a una distancia sideral  de la desorganización en los cuartos (o cuarteles) de los hijos.

La mujer de servicio, encargada de toda la vivienda, actuaría como una lanzadera empleada para tejer una cierta relación  general o como una cirujana elemental  que cosiera el mundo redondo de los padres a los mundos facetados de los adolescentes.

Las puertas aquí y allá actúan como burladeros de la verdad de cada uno. Y, así,  de otra parte, todos los lofts o apartamentos de una sola pieza no han valido sino para una pareja única y con el destino incorporado a la resistencia directa, incorregible, entre un humano y otro ser humano, torturados, paradójicamente, en un ámbito sin portones, portillos, espacios celulares.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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