
Eder. Óleo de Irene Gracia
Marcelo Figueras
¿Leyeron Las benévolas (Les Bienveillantes)? Hablo de la novela del estadounidense que escribe en francés Jonathan Littell, ganadora del premio Goncourt y el Gran Premio de la Académie Francaise de 2006. Yo no, al menos todavía, a pesar de que ya ha sido editada en español hace algunos meses. Pero de todos modos estaba al tanto del asunto desde la concesión del Goncourt: había leido mucho sobre esa novela monumental escrita desde el punto de vista de un oficial nazi, Max Aub, autor y testigo de las más grandes atrocidades durante la Segunda Guerra, que de todos modos escapa al castigo de la justicia humana y vive una segunda vida vendiendo encaje.
Ayer me llamó la atención la ferocidad con que Michiko Kakutani, la legendaria crítica literaria del New York Times, pulverizó la novela de Littell que acaba de ser editada en inglés. Kakutani arranca diciendo que los fans del libro ‘confundieron osadía con perversidad, ambición con pretensión’. Y sigue definiendo la novela como ‘una sucesión interminable de escenas en que judíos son torturados, mutilados, baleados, gaseados o metidos dentro de hornos, intercaladas con una igualmente interminable sucesión de escenas describiendo las fantasías incestuosas y sadomasoquistas del protagonista’.
De inmediato el blog The Daily Beast contraatacó con un artículo de Michael Korda que, bajo el título Una brillante novela del Holocausto, asegura que Kakutani ‘metió la pata hasta el fondo’. Korda asegura que Las benévolas es una de esas novelas llamadas a competir con las gigantes de la literatura universal, en la categoría de Moby Dick y de Crimen y castigo. Y asegura que, aun con lo demandante que es -hablamos de mil densas páginas-, y a sabiendas de que se trata de una obra que no busca hacernos sentir bien sino todo lo contrario, el libro ‘vale el esfuerzo’.
Yo sé bien por qué no sentí la tentación de leer la novela apenas salió. Al menos a mí, la perspectiva de dedicar tanto tiempo a ponerme dentro de la cabeza de un monstruo no me seduce en lo más mínimo. Quizás porque vivo en una sociedad llena de monstruos vivientes, todavía llagada por las consecuencias de sus actos. (A Videla, dicho sea de paso, acaban de denegarle una petición para volver al arresto domiciliario.) El punto de vista de los psicópatas que sólo piensan en su gratificación y mienten públicamente sin sentir remordimiento tampoco representa novedad, por cuanto los medios de mi país les prestan cámaras y micrófonos a diario, ¡sin cuestionarlos!, permitiendo se expresen con amplitud de estadistas y la libertad que sólo se toman los artistas.
Pero en fin, el enfrentamiento entre opiniones tan extremas y la pasión con que se las defiende no me van a dejar más remedio que hacer una de esas cosas que este mundo permite cada vez más raramente: leer el libro (no me refiero a esto, porque leo constantemente, sino a lo que sigue) y pensar por mí mismo.