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Ahora los cien días

Por 19 de enero de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Lluís Bassets

Obama y su equipo tienen la mente fijada en dos presidencias lejanas, las de Lincoln y Roosevelt; aunque la esperanza que ha suscitado el joven presidente electo está más cerca del espíritu de la presidencia mucho más próxima de John Kennedy, que quedó sajada por un magnicidio. Con el auténtico fundador de la América que conocemos, que es la que nació de la Guerra Civil, tiene tres tipos de afinidades: sus orígenes políticos en Illinois, que le permitieron arrancar la carrera electoral en Springfield, la capital, en un gesto ya de evocación histórica lincolniana; la culminación de la emancipación de los afro americanos,  que encuentra su culminación en la entrada de Obama ; y la potencia de su oratoria, de gran calidad literaria como la de Lincoln. Con Roosevelt las afinidades son más prospectivas, de intenciones y voluntades, es decir, de inspiración que de auténticos paralelismos históricos. Que nos encontremos ante la mayor recesión desde 1929 no debe conducir necesariamente a que Estados Unidos fabrique un Roosevelt para afrontarla.

Cuando Roosevelt juró su cargo, el 4 de marzo de 1933, el país se hallaba al borde del abismo. Nadie se daba cuenta entonces cuán cerca estaba del colapso y de la revolución, escribió años después un militar de alta graduación. La renta agraria, por ejemplo, había caído un 30 por ciento desde 1929. Había revueltas en algunas ciudades. Cundía el hambre. Zonas enteras del país habían regresado a la economía de trueque o funcionaban con vales y monedas locales improvisadas. Los cuentacorrentistas se encontraban con que no podían retirar sus ahorros. Para postre, el período entre la elección presidencial y la Inauguración era todavía más prolongado que hoy en día, hasta el punto de que una nueva enmienda constitucional la trasladó ya para la siguiente toma de posesión al 20 de enero. Una explosión social habría sido en aquel momento algo perfectamente acorde con los tiempos: Hitler acababa de alcanzar el poder. Los gobiernos fuertes, es decir, dictatoriales, desbordaban en prestigio a las democracias.

El problema de Roosevelt tenía poco que ver con el que tiene ahora Obama. La parálisis y la incapacidad de acción del Congreso exigían una rápida reacción que significara un cambio radical de rumbo y la recuperación de la confianza.  Ahora la actual administración ya ha reaccionado a la crisis financiera y a la recesión, y lo que Obama deberá hacer es extender y afinar las medidas y las inversiones públicas. Pero no hay colas ante los bancos, ni masas hambrientas en el campo, ni piquetes que impiden el transporte de alimentos a las ciudades o manifestaciones ante los jueces que reconocen el derecho de los bancos a quedarse con las casas hipotecadas ante la falta de pago de las cuotas. Si hay algo parecido, que no lo sabemos o lo sabemos muy poco, será en otro país, correspondiendo a otra economía complementaria de la americana, quizás en China.

Roosevelt hizo dos cosas que prometió en su discurso inaugural: actuar con la máxima rapidez y urgencia (cuando lo dijo en el discurso recibió la mayor ovación) y actuar sin temor alguno al fracaso (ahí su frase célebre no recibió aplauso alguno: sólo hay que tener miedo al miedo). En ambas cosas sí puede inspirarse Obama, aunque lo que deba hacer sea distinto. Estados Unidos necesita actuar con la máxima confianza para terminar de reaccionar ante la crisis y para cambiar de rumbo en su política exterior, y esto también debe hacerlo rápidamente, en los primeros cien días.

¿Los cien días? ¿Por qué los cien días? No son un disparate arbitrario, ni fruto de la mitomanía histórica. Sí, sabemos que fue la duración del efímero imperio napoleónico a su vuelta de su exilio en la isla de Elba, antes de la derrota definitiva en Waterloo, en época del año parecida, desde el 1 de marzo hasta el 18 de junio de 1915: nada que ver. Los cien días de Roosevelt es el período de sesiones del Congreso americano, desde el 9 de marzo, cuando aprobó una ley de urgencia bancaria (Emergencia Bank Act), que permitió la reanudación de la normalidad y la recuperación de la confianza de los clientes, hasta el 16 de junio, en el que los parlamentarios dieron por terminada su sesión con la aprobación de una ley de coordinación ferroviaria (Railroad Coordination Act) . Fue la etapa de mayor actividad legislativa de toda la historia de Estados Unidos y probablemente de la historia de las democracias parlamentarias.

Los cien días rooseveltianos surgieron como fruto de la improvisación, una improvisación genial, por parte de unos equipos humanos excelentes, pero improvisación a fin de cuentas. La rapidez y facilidad con que se aprobó la ley de urgencia bancaria condujo al equipo de Roosevelt a pensar en la posibilidad de mantener el Congreso en sesión permanente para entrar una legislación que resolviera el problema acuciante del campo. Y a continuación pensaron en ir más lejos y llegó la tijera presupuestaria, todo lo contrario de lo que ahora se está predicando (quizás erróneamente) con motivo de la crisis: se redujeron las pensiones de los militares, los sueldos de los políticos y de los funcionarios, todo para recortar en 500 millones de dólares el presupuesto. 

Y la cuarta iniciativa, aparentemente anecdótica, dio la nota de color y humanidad. Uno de los cronistas de la época asegura que el segundo domingo presidencial en la Casa Blanca Roosevelt dijo de pronto: "Creo que ha llegado el momento adecuado para la cerveza". Fue el final de la ley seca, que forma parte del cambio de hábitos y de atmósfera del New Deal. El mismo cronista señala que el nuevo presidente había ganado el pulso a los dos más importantes lobbies del momento, el de los veteranos de guerra y el de los prohibicionistas.

Poco que ver todo esto con la necesidad de acción que tiene ahora Estados Unidos y el planeta. Regresaremos sobre este tema: será el tema de la temporada. Pero hay una cuestión de fondo, esta sí de claro paralelismos: Roosevelt volvió a utilizar el Gobierno para resolver los problemas del país, que es lo que va a hacer Obama después de ocho años en que el Gobierno no era la solución sino el problema.  La inspiración rooseveltiana de Obama radica en esta cuestión: como entonces, después de una larga época de desidia y de desconfianza, de ineptitud y de rendición, hay que volver a utilizar los instrumentos de Gobierno para enderezar la economía y para poner orden en el mundo.

(Para redactar este post he utilizado ‘The Coming of the New Deal’ de Arthur Schlesinger Jr., Mariner Books, y "Entre el miedo y la libertad (1929-1945)" de David Kennedy, Edhasa)

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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