Rafael Argullol

Delfín Agudelo: ¿Dónde pudiste haberlo visto?
R.A.: Cuando pienso en un viaje en el tiempo hasta llegar a Voltaire a través de su espectro, siempre pienso en la escultura, en el busto que le hizo Houdon, porque ahí me parece que hay una ruptura en la historia de la representación absolutamente magnífica. Así como todos los prohombres de la historia, tanto políticos como religiosos o culturales y artísticos, desde finales de la edad media habían tendido a posar siempre en una pose seria, con un semblante serio y circunspecto. Houdon, en su representación de Voltaire rompe con esa tradición y nos muestra a un Voltaire satisfecho y sonriente. Probablemente esto fue una sugerencia del propio Voltaire, que no solo era un gran amante de lo irónico como demuestra en el Cándido, y un gran defensor de que la creación artística e intelectual no podía estar desvinculada de la alegría, sino que él mismo defendía que la manera de expresar del ser humano más adecuada era a través de la risa, de la sonrisa. Y muy probablemente mediante estas creencias de Voltaire sugirió a su propio retratista que rompiera con la tradición anterior del retrato serio y le esculpiera con esa sonrisa que podíamos casi llamar la sonrisa voltairiana que sin embargo tan pocos hombres de poder, de cualquier campo, han perseverado con posterioridad. Parece que aún hoy el retrato tienda a ser en lo que se refleja la vertiente exclusivamente seria del hombre. Voltaire se reflejó de manera contraria.