Rafael Argullol

Delfín Agudeo: Te refieres al ya clásico y eternamente variado personaje de Arthur Conan Doyle.
R.A.: Sí, me refiero a él, que evidentemente es un personaje en nuestros días muy popular pero que en su momento debió crear una extraña sensación dentro de la propia genealogía del detective en la literatura occidental. Holmes no dejaba de ser el heredero del primer gran detective que se presenta en la literatura y de la primera novela policíaca, que está planteada como tantos otros géneros modernos por Edgar Allan Poe. Poe, en el Los crímenes de la calle Morgue, seguramente plantea lo que es el inicio de la génesis de la novela policíaca. Conan Doyle, a través de una creación genial, adapta esta figura que evidentemente forma parte del mundo moderno y de una literatura que necesariamente deja de ser rural para ser urbana, adapta esa figura a lo que sería el mundo victoriano del último tercio del siglo XIX, y lo dota de una característica que la ha hecho muy atractiva en el siglo y medio posterior. Y es que es un personaje por un lado que lleva su racionalismo a unos extremos neuróticos y paranoicos, de una meticulosidad extrema; es un hombre que aparentemente está desprovisto de todas las otras pasiones que no sea la pasión de ese racionalismo deductivo y observador, aunque curiosamente ese hombre también oculta un mundo quizá expresamente soterrado en su caso, a través de su propia condición de drogadicto. Entonces es una especie de Jano bifronte extraordinario: por un lado un hombre cuya racionalidad desborda todo el ideal racionalista moderno, todo aquello de lo que hubiera podido presumir Descartes en sus escritos sobre la razón. Holmes está en el extremo mismo de lo que pudo plantear Descartes, pero ese hombre que aparentemente ha superado todas las pasiones para concentrarse en una sola parece que tenga que equilibrar esas otras pasiones de la vida a través de esa condición oscura de drogadicto que Conan Doyle no oculta. Esto es lo que da, creo, todo el espesor al personaje, y le da esa capacidad para proyectarse más allá de su época.