Rafael Argullol
Delfín Agudelo: En todos los días carnavalescos está el juego de otorgarse a sí mismo ir hasta la periferia asumiendo un papel y ejemplificando un aspecto que se escogió: el disfraz escogido demuestra la periferia en la que te encuentras, y el centro que estás evadiendo.
R.A.: Lo monstruoso siempre está en la periferia. En el centro tenemos nuestros usos, costumbres, nuestra moral, etc. Y en la periferia recogemos todo aquello que es trasgresor. Te pondré un ejemplo muy cotidiano, y al mismo tiempo muy folclórico: el matrimonio y las despedidas de soltero. En nuestra época existe una neo-sacralización del matrimonio, que resultaría insólito para alguien de hace veinte años, sobre todo en Europa, donde parecía que todos estos ritos matrimoniales estaban completamente en desuso. Todos los ritos más tradicionales han vuelto con todas sus formas. Por tanto, eso sería el centro: se recupera la ceremonia, la ritualidad, en el sentido más rígido. Pero si nosotros contrastamos esa recuperación tradicional del rito con, por ejemplo, el salvajismo folclórico de las despedidas de solteros y solteras que se dan en las calles, que recogen elementos de la tradiciones carnavalescas dionisíaca, que recoge todo el gusto por lo monstruoso incluso en los disfraces y atavíos que lleva la gente, ahí encontramos el pleno contraste entre ese juego del centro y la periferia, de la ley y de lo que está fuera de la ley, más allá de la frontera. Y acabamos convirtiendo en engranajes en que esto se hace simultáneo. Yo creo que esa especie de bestialismo de las despedidas de soltero que llevan a algo tan conservador como el matrimonio monógamo, muchas veces religioso occidental, nos refleja muy bien algo que debía haber confirmado en las diversas culturas, y que tenía función reguladora: lo monstruoso tiene una función regulada. De ahí que por ejemplo en lo carnavalesco o en el carnaval- ese día al año, o esos pocos días al año- la humanidad acepte que en lugar de ir bien vestida, con vestimentas del centro, se pone las vestimentas de la periferia y de alguna manera se convierte ella misma en el centro: se convierte en lo monstruoso, en aquella parada de monstruos que ya no vemos en la televisión o la arena romana, sino que baja a la arena nuestra.