Vicente Verdú
Las personas guardan celosamente sus diarios y con toda razón. Da miedo que nos lean las páginas del diario, contrariamente al deseo de que nos lean los artículos, los libros o los tratados.
El diario parece hecho para sí, para ser escrito y no leído por nadie y, sin embargo, es verdad que no hay modo de ponerse a escribir, se trate de diarios, de poemas o libros de texto, sin una mirada exterior a la que tácitamente hablamos, implícitamente nos corrige y secretamente nos acompaña o jalea. Escribir para sí no sólo es imposible sino criminal o suicida. No permanecerá mucho tiempo vivo quien se administre esta pócima solitaria en un imposible estado puro. La muerte por suicidio encierra el final absoluto de toda partícula de comunicación. ¿De comunicación conmigo? ¿Con el mundo? El último sonido del suicido arrasa la huella secretante del yo y se pierde la vida como correlato a su volatilidad. La tinta se evapora, el trazo desaparece de la vista. En el silencio del yo único se cruza la muerte propia y la vida esencial de aquel fantasma que, secretamente, nos permitía vivir.