Vicente Verdú
He asistido excepcionalmente a algunas reuniones de sociedad para experimentar, sin proponérmelo, el paladear intensas conversaciones en las que lo más sabroso de toda la velada se hallaba en el desarrollo del canibalismo sobre personajes servidos ya en la mesa o después, en la sobremesa, en el ruedo que componen los sillones y sofás de la casa.
Se trata, como todos sabemos, de una reunión no estrictamente ritualizada pero que contemplada en su totalidad con un ojo ligeramente semiológico se revela un modelo histórico tan definido como perdurable.
En esta ceremonia de devoración del ausente, empezando por una risueña insignificancia y llegando hasta el corazón de su nobleza o su dignidad, cuenta al principio con un par de intervinientes pero bastan unos minutos para que el mismo apetito homicida prenda en otros que enseguida inician y generalizan un trinchado del mismo sujeto ya seleccionado o agregan otros ejemplares para exponerlos también a la succión, la desmembración y la digestión grupal. De este modo se explica la incontenible euforia de confraternización con la que se despiden entre sí los asistentes y se prometen volverse a encontrar para reeditar la sesión excitante.
La cena y una conversación sin víctima habrían dejado insatisfechos pero exaltados por la vehemencia de las críticas, la masticación de los entresijos y la ávida degustación de la sustancia personal del ausente, la noche llega a brindar un disfrute que colma todas las expectativas y el placer se confunde con las luminosas heridas que a latigazos han ido desgarrando la integridad la identidad del sujeto hasta convertirlo en el plato principal de la velada. En esa experiencia es inexcusable la complicidad de todos los comensales pero también una elaborada inclinación a complacerse en el mal. Instrucción que requiere, como poco, veteranía en el rencor, cínico desapego y, como en las fiestas del circo romano con gladiadores, una coherencia con el hondón de la especie humana que, no interesándole ninguna otra cosa más que los seres humanos, disfrutan más de su sabor cuando la orgía del despedazamiento libera sus jugos internos y pueden sorberse en comunidad, en medio del cómodo salón y bajo el patrocinio de altos, cultos y refinados anfitriones.