Vicente Verdú
La costumbre de ir al cine cualquier día de la semana o tener fútbol no importa ya si en domingo o en jueves, altera radicalmente la consideración del antiguo día de fiesta donde se concentraba el ocio, la película, el partido, el paseo, los besos y las copas. Desperdigados por la semana, semana tras semana, las diferentes ocasiones de festejos, el mundo se ha vuelto a la fuerza más simpático, elástico o informal. Seguramente no lo perciben así aquellos a quienes falta la experiencia de las divisiones estrictas entre descanso y vida laboral, diversión y abnegación, pero es sobresaliente para las generaciones que nacimos en plena posguerra. Entonces sólo el domingo, día del Señor, se reservaba para todo lo que no significaba trabajo. Hasta las novias estaban reservadas para el cortejo en estos días y ni el sábado, perteneciente a la extranjera "semana inglesa", se prestaba como un andén donde reposar. Con toda seguridad, también, no se trabajaba tanto como ahora ni con semejante intensidad y, de ese modo, el domingo, aunque apareciera con todo el esplendor de misas y gentes trajeadas, no significaba adentrarse en espacios urbanos muy distintos. Se trataba del mismo espacio de la ciudad o del barrio pero engalanado por el acicalamiento de todos sus habitantes. Los cines ofrecían la sesión de sobremesa como un postre dulcísimo que seguía al plato familiar y resultaba literalmente fantástico. Los bailes, algunos a la hora del vermú, se abrían como la extraordinaria oportunidad seudolicenciosa entre la vigilada clase media. De ese modo, cualquier domingo se hacía inconfundible y brillante y central. Esa concentración de ilusión y de festejos se desgrana, sin embargo, actualmente, en algunas gotas de recreo, a lo largo de los días. No son tiempos de medida suficiente para investir a una de estas jornadas con la rotunda categoría de una festividad pero actúan como placebos para restarle el sabor acre a la rutina y salpicar la continuidad con algún espectáculo, una cena o cualquier salida di-vertida. Di-vertida o desviada de la normalidad, porque acaso sólo la intensidad y el estrés del actual modelo de trabajo no halla otro equilibrio que su intermitencia simbólica y en la secuencia quebrada que devuelve el resuello de la cotidianidad.