Vicente Verdú
El prestigio que concede la ausencia a quien no está o aquello que ya no está tiene que ver con la tarea de satinado que causa la distancia o la desaparición. La lejanía o la no visibilidad, la ausencia actúa como un pulido sobre la superficie del objeto y a la vez que afina sus caracteres, borra sus imperfecciones, tanto como nubla sus pormenores, aumenta su abstracción y lo alza desde la particularidad al concepto. Siendo enemigo, amansa sus amenazas, siendo amigo aumenta su tránsito.
La ausencia aspira del ser hacia arriba y en esa operación deshace sus pliegues como en un planchado vertical. La figura se estiliza a la vez que pierde peso, gana ligereza y con ello facilita su asunción. El ausente se encuentra hasta cierto punto metabolizado por el efecto de esa condición y en consecuencia se hace más fácil de asimilar, de digerir, de hacer propio si se deseara o de soportarlo en el caso de no amar su vecindad. Lo muy próximo aterroriza.
Los personajes se vuelven tanto más temible cuanto más acercan su rostro e incluso todos los rostros se hacen monstruosos cuando la distancia de visión se acorta demasiado. La proximidad desprende olores y tufos, revela sus imperfecciones, su voz atruena y su estructura acosa. La distancia apropiada sitúa al objeto o el sujeto en su proporción debida pero la lejanía va poco a poco reduciendo la asechanza y ofreciendo al observador junto a un dominio psicológico el regalo de una circunscripción más amplia para el yo. La ausencia realiza el colmo del yo respecto al otro. El yo se expande sobre el lugar que ocupaban los demás y ese solar infinito lleva al éxtasis o la exasperación, siempre sugeridos por el poder de la ausencia.
El amado se ausenta y lleva con él una buena parte de nosotros, todo ese nosotros que se dilata en el espacio vacío para tratar de rozar el objeto que se evade. La ausencia amplia el yo dolorosamente tras el ser amado pero, de otra parte, aumenta la dimensión del yo placenteramente cuando la vacante es obra de la enfermedad o la guerra.
La ausencia es un perfume sin olor. El perfume por excelencia: de su aroma transparente se compone la desesperación o la dicha. Su fragancia es el grado cero de la naturaleza, antes de que las plantas, los animales, las flores, recibieran la animación de su esencia: cuando su olor era ausencia.