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ESCRITORES MAL VESTIDOS

Por 3 de julio de 2007 Sin comentarios

Vicente Verdú

Hay escritores que escriben vestidos de cualquier forma. No quiero decir mal vestidos, que obviamente también, sino que se disponen a escribir sin poner atención a sus ropas. La escritura no es un oficio sagrado y no requiere por tanto la liturgia en sus vestimentas, tampoco se realiza incorporando a su quehacer una categoría simbólica y, en consecuencia, a diferencia de los jueces que con su saber imparten La Justicia, el autor no imparte mediante sus habilidades y conocimientos nada socialmente  decisivo.

Si embargo, ¿cómo soslayar que el acto de escribir forma parte de la exposición y comunicación en público? ¿Cómo mutilar la obra del proceso creativo y sus diferentes circunstancias? No existe escritor que al crear el texto olvide el destino de lo que se propone escribir o está escribiendo. Nadie escribe para sí mismo sin mirada alguna, aun siendo la propia. Ni siquiera los suicidas cometen el suicidio para ellos solos. El suicidio, justamente alcanza su valor basándose en el contenido de la comunicación que el cuerpo (vestido o desvestido, siempre en el ámbito del vestido) trasmite a los seres que lo reciben como muerto. El muerto habla de sí enfáticamente a través de las concretas ropas definitivas que muestra. Con ellas se autodefine en cuanto rastros de su carácter y su desesperación, en cuanto pistas de su última estancia aquí tanto sometido al peso de su vida personal como sujeto que experimenta ese peso personalizado y, en consecuencia, irradia la condición de su pesar.

Las ropas, todas las ropas, son excrecencias táctiles, sonoras y pictóricas de nosotros mismos. Ropas que cantan o musitan, que invitan a ser abrazadas o que separan y limitan. ¿Pintar desnudo? La elección de apartar las ropas es el síntoma directo de su importante presencia. Deshacerse de las ropas no es prescindir de ellas. Desprenderse de las prendas es un acto explícito  que enfatiza su potencia y su influencia.  Lo incomprensible de no tenerlas en cuenta, de creer que será lo mismo escribir de esta guisa o de la otra, con una pinta o cualquiera, delata un lamentable déficit de sensibilidad en el creador. Este creador, frecuentemente lelo igualmente en varios aspectos relacionales, supone que crea con la mente o con el cuerpo exentos pero tanto la mente como el cuerpo se materializan a través de una representación física de la que parte la acción creativa y sus peripecias. El sujeto que crea palpa y mira a la vez que necesariamente se ve, respira a la vez que transpira, se abalanza sobre el lienzo o el papel como una figura concreta, un personaje con vestuario determinado para cumplir la partitura o los matices de una función.

No es lo mismo la mujer o el hombre atractivos sin la correspondencia de sus apropiados vestidos. La belleza de una mujer o de un hombre son altamente vulnerables a llevar una birria de ropas. A través de ellas se realzan o se descalifican, mediante la acción de sus prendas se llega a la prestancia o al desastre.

El ser humano es un ser vestido. ¿Cómo puede crearse desdeñando ese atributo? Efectivamente se sufre a menudo el caso de artistas, actrices, cantantes y poetas,  incapaces de vestirse bien. Nunca son lo mismo sus versos o sus interpretaciones que si acertaran a elegir bien sus ropas. El error que tan conspicuamente exhiben les convierte en ejemplares  erráticos puesto que la carencia de criterio en el vestido denota ofuscaciones en el  criterio general y no en su periferia sino en su centro.

De esta característica desorientación pueden esperarse estragos en otros aspectos importantes de la elección estética.  Quien no viste bien siempre será justificado objeto de recelo. Quien no atiende a su propia composición al colocarse frente al cuadro o el teclado descuida, de antemano, un indispensable rigor inicial y presencial. La forma es la esencia del producto y tanto más cuanto más se afirme en ella.  El ejercicio de la creación, en todas sus modalidades, requiere por ello la máxima atención a las formas, la atención integral de las formas porque en definitiva toda obra maestra lo es formalmente o no nunca lo será.

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Vicente Verdú

Vicente Verdú, nació en Elche en 1942 y murió en Madrid en 2018. Escritor y periodista, se doctoró en Ciencias Sociales por la Universidad de la Sorbona y fue miembro de la Fundación Nieman de la Universidad de Harvard. Escribía regularmente en el El País, diario en el que ocupó los puestos de jefe de Opinión y jefe de Cultura. Entre sus libros se encuentran: Noviazgo y matrimonio en la burguesía española, El fútbol, mitos, ritos y símbolos, El éxito y el fracaso, Nuevos amores, nuevas familias, China superstar, Emociones y Señoras y señores (Premio Espasa de Ensayo). En Anagrama, donde se editó en 1971 su primer libro, Si Usted no hace regalos le asesinarán, se han publicado también los volúmenes de cuentos Héroes y vecinos y Cuentos de matrimonios y los ensayos Días sin fumar (finalista del premio Anagrama de Ensayo 1988) y El planeta americano, con el que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo en 1996. Además ha publicado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción (Anagrama, 2003), Yo y tú, objetos de lujo (Debate, 2005), No Ficción (Anagrama, 2008), Passé Composé (Alfaguara, 2008), El capitalismo funeral (Anagrama, 2009) y Apocalipsis Now (Península, 2009). Sus libros más reciente son Enseres domésticos (Anagrama, 2014) y Apocalipsis Now (Península, 2012).En sus últimos años se dedicó a la poesía y a la pintura.

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