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Mi blog cumple 20 años / V

Por 9 de agosto de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

El Karate Geek.

Cuando el juego se hace verdadero, bienvenido al laberinto eterno, me perseguía a todas horas la canción. La traía incrustada en la conciencia, como los ecos de un terapeuta con cuernos que blasfema en hip-hop sus profecías. Tras unos cuantos cientos de noches entregadas al solo quehacer de poner los cimientos de mi laberinto, la experimentación periférica seguía creciendo en proporción inversa al proyecto central. A ese paso, primero iba a llegar al castillo el agrimensor K que yo a empezar al fin a pergeñar aquella historia, de la cual no tenía sino un mapa de meandros sin destino. Mi sitio web, en tanto, iba albergando los resultados de esos experimentos, que por lo general consistían en resucitar textos previamente publicados, ahora con formatos y mecanismos que sospechosamente remitían al vetusto Nintendo Entertainment System. El mismo sitio, al principio cargado de animaciones, iba detrás de dos conceptos básicos: The Legend of Zelda y SuperMario Bros. Nada que ya en 1999 no fuese una antigualla; o, como preferí verlo, un clásico.

—Ya que habla de los clásicos, ¿no cree que nos caería bien una notita de pie de página donde se informe que el título de hoy es una cita de la eminente Ph.D. A. del C. Martínez-Goebbels?

—Me he robado palabras de Sor Juana, también llamada "la décima musa", para ponerle nombre a una novela, y le he pagado apenas con un epígrafe. A ti, en cambio, te cito varias veces al día, con tu nombre. ¿Qué número de musa eres, a todo esto? ¿Traes ahí tu credencial del sindicato?

—Pues sí, pero Sor Juana no vivía con usted. Además ya le he dicho, las mujeres son musas de sí mismas. Condición que a menudo las transforma en autogestivas trágicas.

Sor Afrodita. Podría ser el título de una novela erótica. Habría que practicar mucho, eso sí.

—No sé cómo planeaba hacer una novela de sepetecientos capítulos, que sería como encerrarse a tejer una colcha para tapar una alberca olímpica, con tamaña capacidad de dispersión. ¿Qué decía de Zelda y SuperMario?

El proyecto, en el fondo, contenía una sola ambición desmedida: trabajar simultáneamente con ambos hemisferios del cerebro. Un empeño probablemente tan ingrato como forzar a un zurdo a copiar todo un libro con la mano derecha. Y tal vez, por qué no, una quimera necia, como la compulsión que tuerce el sentido común de los cautivos de un videojuego, hasta el punto de hacerles asumir que nada hay en el mundo más importante que continuar jugando. ¿Cómo hacer para conectar en un solo circuito la parte más sensata de sí mismo con la más arbitraria e irracional y hacerlas funcionar en armonía? ¿Estaba procesando las enseñanzas de Borges o bebiendo las pócimas de Borgia? ¿Por qué los pasos dados hacia el proyecto no servían sino para alejarme de él?

—¿Usted habría leído una historia así, colega? ¿Cuánto habría cobrado por llegar al final, si es que había final?

—No había ninguna historia. Llevaba tiempo ya planeándolo todo en el orden inverso, como si pretendiera sabotearlo. Pensaba día y noche en la estructura del laberinto, dibujaba los nodogramas en mi cuaderno, recordando unas veces los mapas del Zelda y otras los infinitos destinos del Dungeons & Dragons. Me había ido construyendo en la cabeza una estructura rígida y simétrica, y ahora pretendía que palabras y personajes se adaptaran a eso. Me entusiasmaba solo calculando el efecto que sufrirían unos y otras al quedar a merced de una cadena de prótesis aleatorias, y hasta ingeniaba guapos eufemismos para añadir ornato a la obsesión. "Forzar al español a copular con los lenguajes electrónicos", escribí por entonces sobre aquel quehacer, sin reparar aún en el disparate: por más que en un principio los cibercódigos deslumbren al recién llegado, hay que ir escandalosamente lejos para atreverse a equiparar un lenguaje de programación con una lengua, y además pretender que se reproduzcan.

—Borges decía que a una isla desierta sería mejor llevarse un libro de matemáticas. ¿Quería usted someter a las simpáticas variables al imperio de las odiosas constantes?

Nadie sabe qué clase de novela va a escribir, ni lo que necesitará en el camino para sobrevivir a la corriente adversa de la realidad. Quien consigue saberlo pasa sin advertirlo de navegante a remero, pues ni la historia ni él pueden ser libres ya. Pero es allí, remando en la penumbra de la galera infame, donde mejor entiende uno que algo tuvo que haber salido mal. Era el año 2000, llevaba desde fines del ’98 haciendo sitios web por encargo, tenía un asistente y pensaba en fundar una compañía de multimedia. Despropósitos todos, me temía en el fondo, hasta que una mañana mandé todo al demonio: sentía unos deseos desbocados de echarme bajo de un árbol del jardín y escribir finalmente en mi libreta, con mi pluma fuente. Quería hacer una novela, de las de papel.

—…y descubrió que había perdido tres años.

—Había perdido mucho más que eso, llevaba media vida en busca de la persistencia elemental para un día pasar de las ochenta páginas, pero la golfería siempre me ganaba. Hasta el día en que el HTML y sus secuelas me calzaron el hábito de monje. Sin él, ni tú ni yo estaríamos aquí.

—¿No echó de menos el mecanismo aleatorio?

—Me hizo casi tanta falta como una tabla de logaritmos. Uno puede contar los senderos probables de una historia con miles de nodos y múltiples enlaces, pues al final ese número existe; lo que no puede hacerse es sacar esas cuentas con una novela, natural soberana de las ambigüedades cuyos senderos necesitan ser, desde el mismo lenguaje, infinitos. Tenía ya el principio de una historia. No me quedaba claro hacia dónde iría, pero sabía bien de lo que me escapaba. Tenía que volar del reino de las constantes a la república de las variables, que era como saltar del laberinto hacia el infinito.

—Lo cantaba tal cual Celia Cruz: Los pelos que tiene un buey nadie los puede contar, porque todos los que han muerto no han podido regresar.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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