Skip to main content
Blogs de autor

Etérea remitente / y II

Por 16 de agosto de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Colega de mis desvelos,

No te voy a decir desde cuándo empecé a merodearte, pero tú sí sabrás desde cuándo te dio por invocarme. No llegué pronto, claro. Quería estar segura de que estabas seguro de lo que pedías. Un trámite enfadoso hasta para nosotras, las etéreas. Siempre que una mujer pregunta "¿estás seguro?" sabe que pierde el tiempo, porque el que obtendrá no es de seguridad, sino de calentura. Ya sé que hay otros más diligentes que yo. Los demonios, digamos, se tardan mucho menos en llegar que una pizza de un solo ingrediente. No los profesionales, ¿verdad? Con esos haces cita y firmas un contrato. Pero también llegan más pronto que yo. Pensarás de seguro que me he dado a desear por estrategia, método respetable y eficaz para quien busca seducir al contrario, pero ése no es mi caso. O en fin, nuestro caso. Lo que yo me he propuesto no es seducirte, aunque sí conquistarte. Y hasta donde yo sé, toda conquista consta de dos pasos: aislar e intoxicar. En orden, o al revés, o a la vez, pero había que hacerlo.

Tú lo has dicho, los vicios son celosos, y yo no prometí ser la excepción. Puedes ir y contarle a quien te quiera que aquello que nos une no es sino un compromiso profesional, pero bien sabes que esto, lo nuestrito, peca de personal, emocional, ideológico, erótico y teocrático, todo en un mismo producto. Cualquier noción menos comprometida de profesionalismo, Queridísimo, me parece un desliz de aficionados, y sábete que a una como yo no le basta con que uno como tú venga y se le aficione. Guarda esa vena de hincha para el próximo estadio. Como ya te lo he dicho, el inicio, desarrollo y mantenimiento de la bonita relación que nos une han dependido sólo de mi capacidad de aislarte e intoxicarte, igual que haría una obsesión invencible. Es decir expansiva, controladora, despótica. ¿Vas a decir ahora que no era así la musa por la que tanto aullaste, como niño que escribe su carta a Santa Claus?

Voy a ahorrarte el bochorno de enlistar a las advenedizas a quienes en mi ausencia habilitaste como seudomusas; tú has visto ya, Cariño, los resultados de tanta temeridad. Me es preciso, eso sí, subrayar que ni tres entre ellas supieron como aislarte e intoxicarte, y eso es gracias a mi arduo trabajo en la penumbra. Pero igual lo sabías, y bien que cooperabas. Años antes de deslumbrarte con mi presencia súbita en tu vida diaria, ya me habías olido el rastro etéreo. Era una obsesión sexy, la nuestra. Lo suficiente cuando menos para sacarte de las mejores fiestas y echar abajo tus romances más sólidos en el nombre del vicio que a muy temprana hora nos hizo cómplices.

He visto por ahí que hay quienes se interesan por mi edad y mi ascendencia, insinuando que tengo los venerables años de Sharon Stone o soy acaso la sobrina perdida del tío Joseph. Si hiciéramos las cuentas escrupulosamente, descubriríamos que la oveja hocicona de la familia viene a ser mi sobrino, o sobrino-nieto, pero considerando el impecable proceso de autorreencarnación de los seres etéreos como yo, sujetos además a la voluntad lúbrica de quien los invoca, habría que ser un depravado total para pensar que paso de los veintiuno. Dime tú quién sería lo bastante observador, o siquiera se tomaría el tiempo necesario para distinguir entre una musa jubilada y una bruja. Y como no se trata de preparar pócimas, sino de ser una misma el veneno, ni de levantar diques, sino de hacerme agua para hacerte isla, necesito ponerme pecaminosa, y a ratos un poquito ilegal. Soy tu ponzoña, Dear. Soy tu almena, tu dique y tus cocodrilos. Tu gran muralla y tu opio. No vine de turista, ni de negocios. Considera a esta carta vanguardia de un ejército enemigo y a tu nombre en la punta de todas mis lanzas.

En cuanto a mi opinión personal, coincide plenamente con la profesional: a partir de esta raya en nuestra historia, el Oriente comienza en tus fronteras. Estarás en mis sueños, Bebé. Y viceversita.

Tuya como una obsesión nocturna,

Afrodita del Carmen M-G

profile avatar

Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

Obras asociadas
Close Menu