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En las pestañas del huracán / y II

Por 24 de agosto de 2007 Sin comentarios

Xavier Velasco

Querido Dean,

Antes de que me juzgues el alunado que temo parecer, déjame que a manera de coartada te dé mis coordenadas sentimentales: recién vuelvo de un concierto de Caetano Veloso. No quiero, pues, distraer esta carta en paparruchas sobre verosimilitud y otras frivolidades racionalistas que por ahora poco nos afectan. Peor, para el caso, hizo quien tuvo la ocurrencia de dar nombre de pila a un huracán, como quien busca vestir al desamparo de despecho. Mas ese no es mi caso, pues he aquí que lejos de albergar inquinas en tu contra, experimento alguna díscola gratitud, como sucede a los que contra todo pronóstico se topan con el sol en medio del chubasco; los que brindan y bailan en la antesala del juicio final; los que se aman a oscuras a espaldas del sepelio. Quiero decir que mientras tú te entretenías jodiéndole la vida a mis semejantes, yo encontraba refugio ventajoso a la sombra de ciertas pestañas, y desde allí pedía que la lluvia siguiera, por favor. Nada que no le hubiera rogado a Caetano.

Amar es desnudarse de los nombres, dice el poema. Tal vez debí empezar por suplicarte que ignorases el nombre por el cual te llamo, así como la personalidad ciclónica que he debido achacarte para poder hablar de estos asuntos, sin tener el mal gusto de abundar en detalles y con ellos romper el hechizo que me tiene escribiendo para ti, que en apariencia no eres más que un nombre sembrador de trastornos y desgracias. Pero si no hay felicidad completa, tampoco a la desdicha se le da el perfeccionismo. Se puede ser inenarrablemente feliz aun en medio de un bombardeo, y hasta diría que en la antesala del patíbulo si pudiera ahora mismo imaginármelo. Quiero decir, ciclón, que así como te ensañas destruyendo casas, ciudades y cosechas, no puedes evitar que al propio tiempo cunda un descontrol capaz de redimirte, así sea por los pocos anchísimos segundos que dura un primer beso bajo la tormenta.

Decía Caetano hace un rato que la expresión “te odio” es la más amorosa que existe, y al final del concierto flotaba un sentimiento decididamente romántico en el coro del público que con cierta dulzura salmodiaba odeio você… odeio você… odeio você. ¿Ahora entiendes por qué te elegí como destinatario? Medio mundo te odia, huracán Dean, pero algunos lo hacemos con dulzura, por eso mientras a otros nunca les hablaría de estas cosas —pues tendría que hacerlo empecinadamente y de cualquier manera sin el menor provecho—, contigo soy capaz de explayarme como quien canta a solas en un peñasco. No sé, pues, si en verdad me dirijo a un huracán o mi interlocutor es la desgracia, la fatalidad, el destino, el demonio o el Dios con el que todos querrían negociar, más de uno airadamente. Pero me has sobornado, quienquiera que seas; o en todo caso depositaste el bálsamo de las caricias allí donde tendrías que haber dejado cicatrices. Sólo podría, al fin, odiarte con cariño.

Es la segunda vez que veo a Caetano, y ha sido cuando menos igual de luminosa que la anterior. Sale uno del Auditorio Nacional con cara de cliente de San Juan Bautista, la sonrisa pintada, los párpados extrañamente húmedos y los dedos tamborileando la canción del leoncito que ha permeado hasta el último ventrículo. Sale uno repentinamente listo para hacerse escuchar por tormentas, tifones, tornados y huracanes, un quehacer que en tamañas circunstancias no es más estrafalario ni menos cotidiano que darle un beso a un perro en la nariz. Que es otra de las cosas que quiere uno hacer al salir de un concierto de Caetano. Puede que el mundo entero se esté cayendo y uno de todas formas insiste en sonreír, se supone que estúpidamente porque nadie más puede ver detrás el pestañeo súbito de la musa que olvida su calidad de musa y fugazmente se hace mujer. ¿Sabes, ciclón furioso, lo que queda de tanta furibundia luego de recibir un beso intempestivo de labios de Afrodita del Carmen Martínez-Goebbels? ¿Te imaginas el ruido que hacen cuando estallan un millón de miedos y contratos atascados de cláusulas e incisos? Entonces no preguntes, que no hablo con ciclones. Perdona la rudeza y la ingratitud, pero estoy demasiado ocupado con la luna para portarme como cualquier lunático.

Videos de pie de página

Caetano Veloso: Odeio.

Caetano Veloso: O Leãozinho.

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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