Xavier Velasco
"El arte no es sino una intensificación de las emociones a la que no tiene ningún derecho a entrar nadie que pretenda preservarse", me dijo una vez Juan García Ponce, al fin de la entrevista que nunca olvidaría. Reptaba en sus palabras una inconformidad que iba del desafío al regocijo y de regreso, algo así como la mala leche infantil en un malandro adulto. Varios años después, asistí a una pasmante actuación de Ney Matogrosso, quien se mira a sí mismo como artista, más que como cantante. No entendí entonces las palabras de la canción escrita por Cazuza. Sólo hasta días más tarde, ya con el dvd girando, pude leer y escuchar la letra de esa rara tonada hechizadora -sintomáticamente nombrada Poema– que era en sí todo un manifiesto estético, pues respondía en el plano de los hechos a la misma pregunta que Juan García Ponce. Debería arderme la cara el mero intento de traducirla…
Hoy tuve pesadilla y desperté atento. A tiempo. Me levanté con miedo y busqué en lo oscuro a alguien con tu cariño y recordé otro tiempo (porque el pasado me trae una memoria del tiempo en que era niño y el miedo era motivo de llanto, disculpa para abrazos o consuelos). Hoy desperté con miedo pero no lloré, ni reclamé abrigo. De entre lo oscuro vi un infinito sin presente, pasado o futuro. Sentí un abrazo fuerte; ya no era miedo, era una cosa tuya que se quedó en mí. De repente notamos que perdimos o que estamos perdiendo alguna cosa… tibia, ingenua, que va quedando en el camino (que es oscuro y frío, más también bonito porque está iluminado por la belleza de lo que aconteció minutos atrás).
Se cuentan con los dedos de un ciempiés, y hasta de miles de ellos, quienes gozan de llenarse la boca hablando de hacer arte, sin jamás elevar de ahí la apuesta. No es, a menudo, muy distinto teorizar sobre el arte y sus caminos que hacerlo en torno a amor o erotismo, por eso irrita que alguien lo haga virginalmente, dando por hecho un lecho donde jamás durmió. Apesta en este tema la frigidez, más para quienes somos dados al furor y apreciamos la desmesura muy por encima del buen gusto imperante y, ay, estéril como piedra quebradiza. ¿Quién le dijo a la corte de los exquisitos que este trabajo era una exquisitez?
Aquella vez, Ney Matogrosso actuaba junto a Pedro Luis e a Parede. Nada que se acercara a lo que fui encontrando en cada nuevo dvd, donde había siempre una apuesta estética diferente, de la cual Matogrosso ejerce un control ancho y vigoroso que comienza por el diseño de la iluminación. Finalmente, cualquiera de esas actuaciones podría hacer las veces de manifiesto estético. Me quedo, por ahora, con la imagen del intérprete que se transforma en protagonista y pregunta qué harías si fuera hoy el último día. A lo mejor el arte, como el amor, es aquello que se hace como si no quedara más mañana.