Víctor Gómez Pin
Hay en el texto de Breton que estoy glosando una expresión clave: refiriéndose a las condiciones de independencia del pensamiento, que permitirían la apertura al trabajo del espíritu, Breton habla de "vencer la cobardía humana". La cobardía y esa coartada fundamental que es la pereza. Aun en el caso de "cancelamiento de esa deuda aplastante" concretizada en el hecho de que "de una hora de trabajo el capital se atribuye la mitad…sin pago" , aun alcanzado un tipo de sociedad en el que el trabajo del espíritu no pudiera ya de ninguna manera ser considerado cosa de exquisitos… lo esencial estaría por resolver. La sociedad incentivaría la realización de las potencialidades del ser humano, en lugar de dificultar tal objetivo, pero sería necesario que en cada uno las exigencias del reconocimiento se subordinaran a las exigencias del pensar, y en términos del Discurso del Método cartesianos: sería necesario que el yo ególatra dejara paso al yo transitivo, ese yo que realmente se confunde con la genuina actividad del pensar.
Quizás una de las razones que contribuyen al fracaso sucesivo de las tentativas de emancipación de la humanidad sea un sentimiento inconsciente de que entonces ya no habría coartada. Breton, como Aristóteles, parece considerar que en ausencia de libertad la tarea del espíritu es simplemente imposible. Por eso sugiere que la lucha social constituye la tarea previa, incluso para el artista, o más bien: precisamente para el artista, para ser fiel a la exigencia del arte. Pero obviamente alcanzada la sociedad en la que la libertad concreta fuera un hecho, no habría ya excusas, ni coartadas. Pensar, es decir simbolizar o formalizar, sería entonces el imperativo. Pero pensar es durísimo, supone vencer constantemente la inercia y la costumbre, supone vencerse constantemente a sí mismo. Vencer el ego identificado tanto a la pereza como al miedo, aspecto este último por el que con toda justicia puede Breton referirse a la disposición subjetiva que pone trabas a la tarea del espíritu como cobardía.
Lo que tenían de admirable todos aquellos que, en las décadas que siguieron a la Revolución de Octubre, luchaban, al igual que Breton o Brecht, en el doble frente de la emancipación respecto al trabajo embrutecedor y de la causa general del espíritu (secuestrado en todas sus manifestaciones por la inercia de las convicciones adquiridas, inevitablemente convertidas en prejuicios de no ser puestas a prueba) era lo firme de su disposición, su elemental afirmación de la verdad vinculada a la singularidad humana, su anti-nihilismo.